Querida Madame Proust,

¿Qué le parece el apuesto joven de la foto? Su nombre es Julian Assange y he pensado en él como posible amigo de Marcel. Platónico, por supuesto, pero muy conveniente. Aunque eso sí, la vida de Mr Assange parece más azarosa que la de Marcel. Fïjese que es australiano, que dice casi vivir en los aeropuertos y que mucha gente le persigue. Nada más lejos de la experiencia de nuestro querido niño, siempre enfermo e incapaz de moverse sino es para acercarse u olvidarse de Gilberta, esa mala influencia ya esté presente o ausente.

Claro que no es mi intención que Mr Assange apabulle a Marcel con sus viajes y experiencias vitales, pues, como usted sabe, estos jóvenes de hoy viven con tal cantidad de información que nadie en décadas pasadas podría asimilarla sin un estrés terrible que le hiciera retirarse a un balneario a tomar los baños para recuperar la salud. El caso es que Mr Assange parece haber desarrollado un ingenio que permite que nada caiga en el olvido, ni el más pequeño de los pecados del más gran dirigente, ni la mayor fechoría del más raso de los soldados. ¿Se da cuenta? Me dicen además mis queridos contertulios más jóvenes que no es el único modo de tenerlo todo registrado hoy en día, que la más banal de las conversaciones conoce hoy documento de donde recuperarse. El olvido olvidado, el espacio perdido recuperado, el tiempo recobrado, todo entre nosotros para siempre. ¿Podemos vivir en un mundo así? Marcel lo añora sin conocerlo, desea una enciclopedia que no olvide ninguna obra, que incluse atesore todos los momentos de todas las personas del mundo. Me temo que, oh infortunio, Marcel sería imposible con Internet…

Nos imaginamos que las partes accesorias de nuestro hablar, de nuestras actitudes, apenas sí penetran en la conciencia de nuestro interlocutor, y por consiguiente, y con más motivo, que no se le quedan en la memoria.



Pero es muy posible que, hasta en lo que se refiere a la vida milenaria de la Humanidad, esa filosofía del folletinista que cree que todo está predestinado al olvido sea menos cierta que una filosofía contraria que predijera la conservación de toda cosa. En el mismo periódico donde […] nos habla de una contecimiento, de una obra de arte, o de una cantante, , con más motivo aún, que alcanzaron un <>, y pregunta que quién se acordará de ellos cuando pasen diez años, nos encontramos muchas veces en otra página con la reseña de una sesión de la Academia de la Historia, donde se trata todavía de un hecho de menos importancia intrínseca: de un poema insignificante que data de la época de los Faraones y del que sólo se conocen fragmentos. Acaso no ocurra lo mismo en la breve existencia humana.



Suya,

Madame de Borge