El Wim Wenders clásico siempre me pareció aburrido, y salvo la fascinación y originalidad de El cielo sobre Berlín no se salvaba mucho, incluyendo ahí Paris, Texas. Luego ya le aprecié más, con sus musicales, Buena Vista Social Club y Pina. Claro que ahí parecía haber más ‘autores’, digamos. O más creativos, si se prefiere.

Recuerdo una reseña comparando en su día a Fassbinder y Wenders, wunderkindern en los setenta del cine alemán (junto con Herzog y Petersen). Decía que Fassbinder empezaba sus películas en situaciones pegadas al suelo y realistas, mientras Wenders lo hacía de manera abstracta y evasiva. Y que, sin embargo, las películas de ambos terminaban al revés, Fassbinder haciendo teorías y Wenders concretando en el realismo.

Y en una revisión del Wenders setentero y ochentero se comprueba: así son Alicia en las ciudades, El cielo sobre Berlín, París, Texas y El amigo americano, que recién terminada resulta infinitamente mejor que lo que recordaba: Dennis Hopper perdido y haciendo el tonto, Sam Fuller y Nicholas Ray compitiendo en ‘el minuto cinéfilo’.

De Fassbinder las pelis en Filmin son menos y además han quitado algunas. Pero dio para ver de nuevo En un año con trece lunas, que cumple ese canon bien. Pero, oh tristeza, con el tiempo y a pesar de su transgresión aguanta peor…

¿Tendrá que ver con que era un cine más entendible desde la rabia setentera y juvenil y yonqui y arrebatadamente queer, que era lo que necesitaba yo en su día? ¿Mientras que ahora mi drama es la clase media, enferma hematológicamente y de tragedia cotidiana, angustiada de realidad?

Igual la lectura de esto es que lo queer no sobrevive, no llega a cobrar la pensión…

El retrato tristón de los 70 de Wenders, su parsimonia, ahora me son adecuadas, presento afinidad mental por esa vida en un tiempo que reconozco, antes de que el rococó ochentero, huracán de ideología y lentejuelas, lo borrara todo.