La intensidad de la narración de El maestro y Margarita ha sido inesperada. No tanto su carácter irónico y parabólico, pues la fama precede a esta joya icónica de la literatura rusa. Obra maestra del a veces exitoso, pero casi siempre perseguido Mijaíl Bulgákov, se publicó 27 años después de su muerte, aunque en la Unión Soviética aún tuvo que esperar.
El diablo, bajo el nombre de Voland, aparece en Moscú acompañado de un séquito peculiar que incluye un gato gigante bípedo y parlanchín. Desde la primera escena siembra el caos en la ciudad: ataca a los escritores y críticos, se las ingenia para hipnotizar a todo un teatro ante cuyo público actúa en un espectáculo de magia negra, se instala en casa de un escritor donde hace perrerías a todo aquel que se acerca en general con intereses espurios… Hay decapitaciones, ordenadas y ejecutadas como si fueran las de la Reina de Corazones de la Alicia de Lewis Carroll, y posteriores recapitaciones; dinero verdadero que se convierte en papel mojado y al revés; aparentes bilocaciones… y una buena cantidad de personas derivadas al manicomio del doctor Stravinsky. Pero el tono es juguetón. El diablo hace estas cosas parece que más por entretenimiento que por maldad intrínseca. O, si se atiende a la cita fáustica de Goethe con que Bulgákov en cabeza el libro, ‘es aquella fuerza que siempre quiere el mal y que siempre practica el bien’. Porque, invariablemente, ante Voland se presentan ventajistas, a veces provocados por él, pero trufados de miserias mundanas. No hay mención al régimen político en que está la ciudad, el Moscú de 1930. Pero sí hay presencia de unas milicias que aparentemente lo pueden todo (pero no) y un pensar continuado en lo burocrático.
En la compleja estructura de la obra se cuelan, en su primera parte, dos capítulos dedicados a Poncio Pilatos y su experiencia de juzgar, encarcelar y no indultar a Jesucristo. La excusa es extraña, simplemente aparecen cuando uno de los escritores de la primera aparición de Voland pretende convencerle de que Jesucristo no existe. Pero Voland reclama que él conoció a Pilatos… En la segunda mitad del libro entendemos que esos capítulos están escritos por «el Maestro» del título, cuya novela sobre dicho tema será incomprendida y que, por ese motivo, quema el manuscrito. El maestro está en el manicomio (no sabemos por qué, pero intuimos que es víctima de la burocracia reinante antes de la llegada de Voland), pero su novia, Margarita, es de las pocas personas que, en lugar de ser atacadas por el diablo, resultan favorecidas por él, en una inversión de la suerte del maestro, que recupera así manuscrito y felicidad, no sin antes actuar Margarita como reina de un baile satánico organizado por Voland. El manuscrito recuperado permite que completemos la lectura de Pilatos, además de conocer el impacto que deja una visita del diablo, de cuatro días de duración, a la ciudad, cuántos hechos fueron encantamientos y cuántos no.
Veamos varios de los significados múltiples de la novela:
1- los escritores y críticos de tres al cuarto se dan la gran vida mientras los artistas comprometidos viven en el ostracismo. Reformar esta situación es justo.
2- el juguetón diablo, obvio trasunto primario de Stalin, gusta de confundir a sus víctimas con cambios de humor y opinión impredecibles. Así le pasó a Bulgákov, a quien el mismísimo Stalin llamó en persona para restituirle en el teatro en que ya no podía trabajar.
3- la literatura tiene un poder infinito: «los manuscritos no arden», dice Voland cuando el maestro confiesa que quemó su novela. La literatura perdura con tanto ahínco que, aunque no hubiera publicado un libro que tardó doce años en escribir, esto sucedió casi tres décadas después.
4- el poder no tiene conciencia; pero si, por un instante, tuviera la tentación de tenerla, se encaminaría a la desolación. Así, Pilatos vaga por la eternidad atormentado por su lavado de manos, con una capa manchada de sangre del Crucificado, al que quiso salvar y con el que quiso conversar más, pero no pudo. A Voland no le pasa esto.
5- en realidad no existe alma sin defecto. El diablo entra en todas ellas y lo sabe, pero siempre llega el momento en que cada una de esas almas, cuando reclama aquello que no le corresponde, ya lo sabe por sí mismo. ¿El diablo está dentro? ¿Puede soportarse la idea de un Stalin dentro de cada uno?
Ni qué decir tiene que El maestro y Margarita es de una originalidad muy relevante. No solo por las capas de significado, sino por su indecoroso desparpajo tonal, su ausencia de clichés, su ritmo endiablado, trufado de acontecimientos absurdos que mezclados con la cotidianeidad de las rutinas diarias hace avanzar al libro como una historia llena de los prodigios de una sala de espejos deformantes. La herencia de Goethe ya ha sido mencionada, pero el libérrimo destrozo que ejecuta modifica la realidad burocrática de este Moscú en forma de una libertad literaria precursora del realismo mágico que entronca muy bien con la tradición satírica de la literatura rusa, a la que el estalinismo sin duda dio grandes posibilidades (un ejemplo divertidísimo: Vida e insólitas aventuras del soldado Iván Chonkin, de Vladímir Voinóvich). Con diferentes matices, el personaje diabólico que crea el caos porque en su locura/libertad /poder tiene capacidad para ello, está presente en Camus (Calígula). Lo kafkiano, desprovisto de su dramatismo trágico, también se entrevé, por no hablar de las metáforas del nazismo tipo El tambor de hojalata. No me cabe duda que, en nuestro entorno, inspiró el caótico Burgos del purgatorio de la maravillosa La ciudad del Gran Rey, de Óscar Esquivias. Y sí, inspiró la canción de los Rolling Stones que tantos años estuvieron sin tocar tras la tragedia de Altamont.
Entre influencia -de la que todo lo dicho es probablemente una muestra pequeña- y diagnóstico, diversión pero inmersión, ligereza de humor negro y sátira social y política, no es extraño que esté entre las novelas más reconocidas del siglo XX.