Buscando información sobre Italo Calvino, resulta sorprendente comprobar que las obras más conocidas que publicó, las de la llamada trilogía heráldica, se venden en colecciones de literatura juvenil. Lo cual está muy bien, porque recuerdo que las dos que he leído, El vizconde demediado y, sobre todo, El barón rampante, usan la fábula y el anhelo de pureza vital de la adolescente para construir sus historias de reflejo absurdo de las costumbres.
La especulación inmobiliaria, no obstante, no incorpora elementos de parábola fantástica, sino que su realismo es completo. Un antiguo militante de un partido de izquierdas, el PCI italiano, decide vender parte del jardín de la casa de su madre, para lo cual llega a un acuerdo con un constructor local, según el que podrá incluso alquilar algunos de los apartamentos a construir. El protagonista ha variado en sus intereses políticos y, frente a lo que había pensado en sus años de militancia, el empresario al que se asocia le parece un ejemplo de resistencia liberal.
Como era de esperar, la obra se enfanga, con conflictos continuados sobre todo lo imaginable, aunque siempre de una intensidad baja: falta de materiales, problemas laborales con los trabajadores, conflictos entre la madre -que vive junto a la obra- y el constructor, permisos del Ayuntamiento, etc… Las pretensiones de pasar por hombre curtido en negocios y de inteligencia de mundo por parte del protagonista se tornan en impotencia resignada y un estado de frustración algo infantil.
El tono, la brevedad, y su extraño final (resumible en un estado futuro de pesadilla prolongada) están magníficamente conseguidos. Calvino no dramatiza las corruptelas del constructor, que es más bien un arquetipo de tragedia teatral, un pequeño corrupto y negociante sin más futuro. Aunque es obvio que su inmaduro protagonista no le agrada en su ridícula autocomplacencia ignorante, nunca sucede un conflicto severo, una situación definitivamente inaceptable en lo moral, sino que existe una asunción de fluidez de los asuntos mundanos, de conversaciones aparentemente simples, y de orgullos un tanto miserables enfrentados entre sí.
Y así, suavemente, pareciera que Calvino llega a mostrar el fenómeno de la especulación y sus primas la corrupción y la estafa de un modo mucho más creíble, ajustado a la vulgar cotidianeidad que cualquiera puede experimentar, y sin necesidad de la grandilocuencia megalomaníaca que con frecuencia se usa para describir el fenómeno. Esto no significa que esa especulación desatada no exista, por supuesto. Pero la apuesta a pie de calle, en estilo y tono, de Calvino es por ello tal vez más clarividente sobre la inserción psicológica de la corrupción en la sociedad.