Querida Madame,


Debo confesarle que por momentos parece que Sodoma y Gomorra se aleja un tanto de los temas de la Recherche. Sin duda su querido Marcel andaba experimentando, o tal vez algo trastornado por la presencia tan cercana de Albertina tantos días seguidos. Pero la realidad es que los intereses del buen hijo siguen presentes, aunque de manera latente. 


Como el segundo tomo, ha vuelto a Balbec después de consagrar los impares a Combray y París, pero también el chico ha madurado. Ya no necesita acostarse temprano, ni besos de su madre para dormir. Pero tampoco sufre ataques de ira ante Monsieur de Charlus y sus recuerdos y memorias sólo se expanden para hablar de su abuela y el efecto de su muerte, que como prima del olvido es uno de las obsesiones proustianas: como los muertos ya no existen sino en nosotros, es a nosotros mismos a quienes herimos sin tregua cuando queremos recordar los golpes que en vida les asestamos. Pero tras estas cosas llegan elementos de juventud, que Marcel educadamente sólo apunta para que los ojos de su madre no sufran al leerle. Por ejemplo, las drogas: los momentos de olvido que, al día siguiente, siguen a la ingestión de algunos narcóticos tienen una semejanza sólo parcial, pero turbadora, con el olvido que reina en el transcurso de una noche de sueño natural y profundo. O el sexo de una sola noche: ¡Qué le vamos a hacer si el deseo carnal aumenta en lugar de disminuir! Hacemos venir a una mujer a la que ya no nos importará agradar, que no compartirá nuestro lecho más que una vez y a la que no volveremos a ver jamás.


Los dos caminos siguen en este volumen, y es claro el cruce que supone meter a Monsieur de Charlus en el salón de Madame de Verdurin, pero Marcel pone en juego otros matices. Aparecen aristócratas provincianos, y se hace un primer esbozo de burgueses con ocupaciones y trabajos que requieren esfuerzo y dedicación. La fascinación por el gran mundo noble parece descender por las miserias dedicadas a Charlus -quien aún así disfruta grandemente de los momentos de cobardía que asigna a los burgueses-, pero tal vez sea también por la ausencia de la princesa de Guermantes y sus salones.


Marcel no obstante mantiene su admirable cruzada contra el esnobismo cultural, que sigue dejándonos joyas. No es exactamente un músico de rocanrol, pero Morel, el amante de Charlus, toca el violín y lo hace encantado en la fiesta de los Verdurin: Morel se dio cuenta de que no sabía más que los primeros compases, y por travesura, sin ninguna intención de engañar, comenzó una marcha de Meyerbeer. Desgraciadamente, como la transición fue muy breve y no anunció lo que iba a tocar, todo el mundo creyó que seguía siendo de Debussy, y siguieron exclamando: »¡Sublime!». Morel advirtió que el autor no era el de ‘Pelléas’, sino el de ‘Roberto el Diablo’, y esto enfrió un poco la cosa.


Suya, entre risas porque los tiempos estarán perdidos pero no han cambiado,
Madame de Borge