Que el fin del mundo nos encuentre bailando es el largo y algo discursivo título de este sin embargo muy estimulante cómic de Sebas Martín, un trabajo sobre una pareja de hombres que se conocen a finales de 1935 y que termina en julio de1936. Ambos trabajan para una empresa de una familia acaudalada de Barcelona, Tomaset en las oficinas y Basilio como mozo de carga, aunque aspira a ser boxeador. Tomaset es joven e inexperto, alrededor de 20 años, pero cultivado y educado, aunque su familia no tiene dinero; Basilio ronda los 35, vive solo en un cuchitril, y dice de sí mismo que es un tarugo. La historia oscila entre el Poble Nou y el Paralelo, donde Basilio arrastra con frecuencia a Tomaset para disfrutar de los locales de la noche barceloní más atrevida y canalla.
Proponer historias de amor homosexual antes de Stonewall y de la visibilización política del movimiento LGTBI es llenar un hueco de narraciones ocultas por el tiempo y por el distinto punto de vista de la construcción de la historia social y cultural. Para bien el cómic no recoge modos presentistas, sino que se muestra con las dosis adecuadas de realismo en cuanto a persecución y violencia policial, o incomprensión cuando no franco rechazo familiar. Tal vez los personajes, especialmente Tomaset (pues Basilio ya viene experimentado) aceptan psicológicamente de modo muy sencillo su orientación sexual, sin apenas represiones internas ni subterfugios sociales (aunque tal vez aquí el que peque de presentismo sea yo mismo). Un logro destacado de la historia es el retrato más social que geográfico de los barrios de Barcelona donde tiene lugar la acción. La mítica del Paralelo barcelonés es probablemente conocida, y Sebas Martín se afana en mencionar y presentar locales que dada la bibliografía que ha usado (recogida en las páginas finales) se basan en descripciones reales. Esos lugares de diversión donde Tomaset se confunde de continuo con el transformismo y donde se vive un microcosmos de libertad contrastan con el Poble Nou, donde vive y trabaja. El piso de su familia es especialmente relevante en la historia pues funciona también como reflejo del deterioro de la situación política antes del golpe de Estado, con la abuela ultracatólica y pertinaz moralista insultante de toda la familia, y el cuñado sindicalista e hipócrita. Aunque es escaso el dibujo de la fisonomía del barrio, que el Poble Nou fuera llamado el Manchester español, como indica el primer rótulo del libro, parece un pequeño guiño a Queer as Folk.
Que el fin del mundo nos pille bailando es un cómic amigable y escrito en positivo de manera general, con unas negatividades digamos controladas ante la inevitable noche de 40 años que se avecinaba y que el autor lógicamente conoce mejor que sus protagonistas. El dibujo es blanco y negro y realista, centrado en los personajes casi por completo, con hombres robustos casi crumbianos, pero naturales. Su sensualidad homo está muy bien conseguida, así como la naturalidad sexual en sí, y la interrelaciona bien con el momento exacerbado de definición vital por clases económicas y culturales, discurso que nunca se olvida en el libro. El retrato de modos olvidados de vida «dialoga» con el drama intenso de El violeta, ambientada treinta y cinco años después, pero dibujada también en este siglo; pero Martín se decide por la alegría a pesar de todo desde el título, desde la bonhomía humilde de sus personajes, y desde un tono narrativo elegante y disfrutable. Más obras así, por favor.
(Y un aplauso, claro está, a la labor editorial de la Editorial La Cúpula para la recuperación y creación de historias LGTBI)