Queridas Madames,
Por fin he consiguido sobreponerme a los nervios, dejar de llorar sobre el boeuf bourguignon y escribiros por fín, queridas mías, no solo para que sepáis que estoy bien de salud (al contrario de lo que se ha dicho por ahí) sino que, fiel a mi palabra, he dado comienzo al desafío que nos impusimos y ya me he adentrado en la lectura de Por el Camino de Swann.
Tengo que agradeceros que hayáis justificado, si bien de manera inmerecida, mi silencio en vuestras cartas. Además de la emoción que me embargaba últimamente debido a la relectura de las primeras páginas de A la Recherche, me han impedido coger la pluma también las muchas tareas educativas que, como bien sabeis, tengo a mi cargo en la Escuela de Traducción para Señoritas de la que soy directora.
He animado a varias de mis alumnas a emprender con nosotros la lectura de la obra de Marcel, así que espero en breve poder ofreceros a través de mis cartas, además de mis impresiones acerca de la novela, también las de mis queridas pupilas. ¡Ay, mis niñas queridas! ¡Si pudiérais ver con vuestros ojos sus cuerpos de porcelana! ¡Si pudierais tocar con vuestras palabras sus delicadas mentes! Os estremeceríais… Quizá algún día podáis hacernos una visita y comprobarlo de cuerpo presente.
He leído las cartas que habéis enviado a Madame Proust y me han parecido exquisitas. He encontrado especial deleite en la ocurrencia que tuvo Madame Churchill de adjuntar en el sobre dos bolsas de té. ¡Ay, Charlotte, cómo me alegro de saber que conservas tu sentido del humor! En breve, la semana que viene a más tardar, me uniré a vosotras escribiendo mi primera carta a Madame Proust. Temo que se haya disgustado por mi silencio y no quiera dirigirme la palabra.¿Estará ofendida? ¿Qué impresión os ha dado en sus contestaciones?
Ahora os dejo, dentro de quince minutos tengo que estar de nuevo en el aula. Mis niñas tienen que entregarme un ejercicio de traducción que les encarguéla semana pasada. Se trata de tres o cuatro páginas de una novela titulada L’Étranger y su autor es un joven muy sugerente llamado Albert Camus. ¿Habéis oído hablar de él?
Siempre vuestra,
Madame de Malarrama.
Cuánta alegría me da saber de usted, Madame de Malarrama. Pero no le reprocho su tardanza, Dios me libre, dado que se dedicaba al noble arte de educar señoritas en las cosas de las letras, que son las de la vida.
Conocemos a Monsieur Camus, eso sí debo aclarárselo. Por circunstancias que se deben al puro azar, parece que nunca han coincidido usted y este… digamos caballero… en las reuniones de nuestro salón. No le falta empero capacidad intelectual, pero, déjeme que le diga que cada vez que viene nos deja muy deprimidas, y, al marcharse, huele mucho a ese tabaco fuerte y negro de hierbas típicas del norte del continente africano. Alguna de nosotras además se siente turbada por las prendas de cuero de Monsieur Camus. En concreto, Madame de Onan. Se traspone toda, sus ojos miran al infinito, y abandona mareada la tertulia. ¿Qué tendrá este hombre, pues?
Mis saludos, pues, y suerte con la educación severa de sus señoritas.
Madame de Borge
¡Madame Malarrama! Ya la creíamos perdida para la causa, enterrada en sus obligaciones con sus criaturas. Me resulta tremendamente satisfactorio recibir noticias suyas y volver a leer su prosa llena de ingenio, en la que, como siempre, recomienda a uno de esos atrevidos autores que tantos problemas me dan en mi hogar. La última vez que adquirí una de sus recomendaciones sufrí grandes avatares para esconderlo en la biblioteca pues, como bien sabe, mi marido, de gustos tremendamente conservadores y poco amigo de cualquier novedad que pueda sugerir la menor osadía – pues siempre la toma como un signo del libertinaje de la civilización actual -, me dedica palabras desaprobadoras que me causan gran desasosiego (por cierto: manda recuerdos y le da ánimos para seguir con la educación estricta que necesitan sus jovencitas).
En breve les escribiré acerca de la lectura de Marcel en mi familia. ¡Ha sido todo un acontecimiento generador de debate y tumultuosas opiniones!
Siempre suya
Madame de Churchill