En uno de los escasos textos de autoría específica propia de Svetlana Alexiévich en Voces de Chernóbil, la autora afirma que
Los héroes de Chernóbil tienen un monumento. Es el sarcófago que han construido con sus propias manos y en el que han depositado la llama nuclear. Una pirámide del siglo XX
Como cualquier gran acontecimiento mundial, el accidente nuclear de Chernóbil, sucedido en abril de 1986 en Ucrania junto a la frontera bielorrusa y dentro de la antigua URSS, proyecta una fuerza histórica sobre el pasado y sobre el futuro, y atesora enseñanzas paradójicas y metafóricas por doquier. La cita anterior de Alexiévich es una de las más interesantes, ya que la luz, símbolo del progreso racional y origen de la Ilustración y germen simbólico de la Ciencia cuyo devenir llevó al progreso atómico, es aquí no sólo cegadora, sino tóxica y venenosa. Sucede porque la luz en la era cuántica es otro paradigma, y es función del poeta subrayar su nuevo poder.
Voces de Chernóbil, como El fin del Homo Sovieticus, es un libro resumen de relatos de vida. Diez años después del accidente, Alexiévich entrevista a una gran cantidad de personas que vivieron o sufrieron (ellos o sus familiares) el accidente y/o sus consecuencias. La nómina es enorme: bomberos, ejército, liquidadores de diferente tipo -desde los encargados de desmantelar instalaciones a los cazadores que mataron a los animales de granja y domésticos-, científicos, políticos, vecinos, y más… Con los relatos de vida se conforma una visión histórica valiosa, que pone el acento en las personas y su, en este caso, sufrimiento en ocasiones inimaginable, y que permite rebajar la escala de los grandes acontecimientos a lo humano. Para cuando Alexiévich investiga y escribe su libro, la URSS ya ha desaparecido, y el desencanto de la población es enorme, vinculándose ambos acontecimientos de modo directo:
El gran imperio se ha hecho pedazos. Se ha desmoronado. Primero Afganistán, luego Chernóbil. El imperio se ha derrumbado y nos hemos quedado solos. Me cuesta decirlo, pero nosotros… Nosotros amamos Chernóbil. Lo queremos. Representa un sentido para nuestra vida, que hemos reencontrado. El sentido de nuestro sufrimiento. Da miedo decirlo. Lo he comprendido hace poco. (Natalia Arsénievna Roslova, presidenta del Comité de Mujeres de Moguiliov ‘Niños de Chernóbil’)
Así, parece lógico que Alexiévich acabara escribiendo El fin del Homo Sovieticus, claro, un libro que con el tiempo deja mejor recuerdo que Voces de Chernóbil, donde Alexiévich parece más cómoda en un papel de retransmisora (el propio título lo avanza), y la estructura de monólogos no parece implicar una línea argumental, o una división analítica, a pesar de la existencia de tres partes de títulos parabólicos. O es tan sutil que al menos yo no he conseguido encontrarla. En esto se diferencia de su libro sobre el fin de la URSS, y, en ese sentido, son más entendibles las críticas sobre el Nóbel concedido en 2015 a Alexiévich, en el sentido de dudar sobre la autenticidad de una autoría verdadera. Ello no obsta a que Voces de Chernóbil cuente con numerosos episodios de profundidad humanista y alto valor literario en sí, de gran capacidad emotiva y, como decía antes, metafórica. Un ejemplo:
Entre la gente que trabajaba en la central de Chernóbil había mucho campesino. Por la mañana trabajaba en el reactor y por la tarde, en su huerta, o en la de sus padres en la aldea vecina, donde las patatas todavía se plantan con la pala, y el estiércol se esparce con la horca. Extraen la cosecha también a mano. Su mente existía en estos dos ámbitos, en estas dos eras: en la de piedra y en la atómica. En dos épocas. Y el hombre, como un péndulo, se movía constantemente de un extremo al otro”. (Alexander Revalski, historiador)
¿Algunas parábolas pueden incluso superar las intenciones de Alexiévich? Esta llamada a lo primitivo (no exenta de discurso en lo que fue la Revolución Soviética, por aquello de alcanzar el comunismo en un país agrícola no demasiado industrial que no había pasado por una revolución liberal) se relaciona con la tierra -hay más referencias, una constante: las cantidades de superficie que fueron extraídas para evitar la contaminación de la agricultura-, el átomo y la radiación son la llama nuclear (el fuego), el agua participa de manera clave en los reactores, y el aire… bueno, el aire en que residen los radionúclidos invisibles es el agente finalmente asesino. Que los cuatro elementos de la mitología y del misticismo alquímico aparezcan en el mayor accidente tecnológico conocido es una figura literaria de impacto.
Otra reflexión cultural de interés a partir de Voces de Chernóbil surge para mí en Chernóbil, la miniserie de televisión de 5 capítulos estrenada en 2019, que vi antes de leer el libro. La información sobre la serie dice que se basa en gran parte en Voces de Chernóbil, y aun siendo cierto que en el texto se reconocen claramente varios episodios y momentos retratados en la serie (la historia del bombero y su mujer, los liquidadores de animales, etc…), en el libro hay muy escasa mención a las causas técnicas del accidente, o a la gestión directa del mismo tanto en el momento en que se produce como posteriormente. El personaje principal de la serie, Valeri Legasov (coordinador científico del comité investigador del accidente), apenas se menciona en un par de ocasiones en el libro. La serie lógicamente cuenta con otros informes para su dramatización, y otorga un mayor peso a la explicación técnica y al impacto político a escala mundial que supuso. Curiosamente, los protagonistas de Alexiévich ya mencionan eso sin, por así decir, conocer las intimidades del reactor nuclear soviético tipo. Es muy peculiar como artefacto cultural porque en cierto modo Chernóbil, la serie, es un epítome del cine de catástrofes que tanto triunfara en los años setenta del siglo pasado pero que ha seguido estrenando productos desde entonces, virando un tanto de los desastres producidos por una ingeniería humana ambiciosa y defectuosa –El coloso en llamas, Aeropuerto– a las catástrofes ambientales y/o climáticas –2012, El día de mañana-, pero usando un texto muy adecuado para mejorar el habitualmente mediocre dibujo psicológico de los personajes de las dramatizaciones de estas catástrofes. Mi tesis es que la aproximación de la serie es más acertada que la del cine arquetípico de catástrofes gracias en parte al tratamiento humano de Alexiévich en su libro, que es más reflexivo que narrativo, pero sin obviar que el guion ha sido hábil en la representación del dolor y su relación con la política, con sus ambiciones, e incluso con el destino humano. Y eso está todo en este libro, al que el calificativo de impresionante le resulta muy literal.