La biblioteca en llamas es un libro de Susan Orlean (autora de El ladrón de orquídeas)que cuenta la historia de la Biblioteca Central de Los Ángeles tomando como foco el incendio que sufrió en abril de 1986, un acontecimiento casi olvidado porque compitió en los informativos con la explosión del reactor nuclear de Chernóbil. Orlean escribe un libro con dos ejes entrecruzados que convierten la lectura en un ramillete de géneros: por un lado, el incendio en sí, su juicio y la investigación, que deriva también en el estudio del único imputado que tuvo el caso; esta parte tiene un matiz de historia policial y jurídica. En segundo lugar, Orlean presenta una historia de la Biblioteca de Los Ángeles: su fundación, sus directores y directoras (no son menores las cuestiones de género explicadas en el libro sobre la dirección y la plantilla de la biblioteca a lo largo de las décadas), la construcción en 1925 del edificio central diseñado por Bertrand Goodhue que sufrió el incendio de 1986, y las diferentes políticas y avances técnicos que la biblioteca ha tenido, además del anecdotario histórico de trabajadores, donaciones, visitantes y situaciones.
Ambas líneas se relacionan en algunos puntos, lógicamente: la recuperación de los libros tras el incendio, el impacto en la ciudad, etc.… y tienen fugas digamos narrativas y emocionales hacia la historia -voluntaria o no- de la destrucción de libros, la relación sentimental de la autora y su familia hacia los libros y las bibliotecas, o el funcionamiento diario en sí de la biblioteca, sus actividades y competencias, en un marco similar al apasionante documental de Frederick Wiseman Ex Libris, centrado en la Biblioteca de Nueva York.
La estructura es, desde el punto de vista literario, lo más apasionante de este libro, donde es visible la capacidad de una novelista actual para desarrollar estas líneas comentadas, además de cierta maestría aparentemente casual para definir la piscología de los protagonistas, sin que ninguno asuma un protagonismo central (que es en realidad para el edificio). El relato avanza con una agilidad enorme, y relaciona tal cantidad de hechos históricos y personajes particulares que, junto al tono comprensivo e incluso tierno de la autora, por momentos profundamente humanista, la lectura es adictiva, casi irresistible. Nótese por ejemplo un recurso tan sencillo como iniciar cada capítulo con cuatro referencias bibliográficas de la propia biblioteca, que sustituyen al título potencial del capítulo, proponen así lectura adicional, y establecen un nivel metafórico imaginativo sobre el contenido del mismo.
En este marco tan exitoso mi reflexión tiene de todos modos alguna duda, una vez pasado el fuego pasional de la lectura y observadas las cenizas que deja en el ánimo. Una tiene que ver con la inabarcabilidad real del trabajo de la biblioteca, que creo que se le escapa algo de las manos a Orlean en el último cuarto del libro, cuando ya los capítulos son más cortos y el anecdotario tiene una relación más difusa con las líneas centrales del relato. La sensación es que el libro debía haber tenido bien cien páginas menos, bien cuatrocientas más, para honrar realmente el tema (un apunte: el título original del libro es The Library Book y no hace referencia al incendio). Por otro, aunque el libro esté repleto de amor y no falto de cultura, y aunque es un logro que los conceptos profundos que contiene se presenten de manera asequible, el mismo caudal de temas deja tantas materias apuntadas o inacabadas, que es fácil sentir frustración lectora. Con múltiples apuntes: la historia del Dust Bowl, el VIH en los años ochenta en Los Ángeles, la integración racial y la exclusión social, etc… En favor de una emotividad en general bien transmitida se acaba sacrificando foco o rigor en asuntos que reclaman su concentración, y que se diluyen en la amplitud digamos renacentista de los intereses de la autora.
A este libro llegué gracias al documentalista constante Ismael Alonso, a quien se lo agradezco con las reverencias habituales que sabe que le hago.