Queridas Madames,

A lo largo de siete volúmenes dedicados al tiempo y al recuerdo asociado al mismo, sólo dos veces Marcel ha caído en la tentación de someter a sus personajes al juicio de la historia real. Sucedió con el caso Dreyfuss, que fue incapaz de soslayar si la pretensión de verosimilitud en la radiografía psicológica francesa del cambio de siglo seguía en pie. Una revolución semejante, con tamaña influencia en la relación entre los diferentes poderes del estado y de la sociedad de la época, era insoslayable. Pero no dejamos por ello de forzar un mohín de cierto desagrado, como si parte de la pureza abstracta del texto se hubiera perdido. Aunque, ay, desde luego no pierde universalidad, resulta más pedregoso para el lector no acostumbrado a las francias (¡esa Madame de Churchill!) seguir las vicisitudes de las dos facciones artificialmente creadas a partir del caso, pero que representaban tan a las claras dos sentires arrastrados por décadas. Al final, saber la existencia de la división, y el reparto de personajes entre las facciones, resultaba más poderoso que los motivos de la división, en la que Marcel no se posiciona con firmeza nunca. Como si dejara que su pluma ganara el combate ideológico, claro.

En El tiempo recobrado aparece de nuevo el tiempo real, se mencionan incluso años, 1914 y 1916, y se adivina una pizca de derrota del autor, quien, recluido en un sanatorio, nos cuenta los primeros años de guerra en un París tan diferente al que conoció y en el que finalmente va reconociendo, sutilmente, un final de camino. La guerra llega con la madurez, y eso le sirve para acumular las anécdotas que construyeron su creación novelística durante los seis volúmenes anteriores, que a la luz de la contienda dan sombras nuevas e inesperadas, sobre todo en relación al tiempo, el gran eje del libro. Así, por ejemplo, el dreyfusismo como mancha desaparece, porque todo aquello pasó antes de la guerra, que, de puro larga, hace que cualquier tiempo pasado parezca lejanísimo, un tiempo prehistórico. La amistad homófila y la homosexualidad alcanzan cumbres en la pureza de una orden de caballería puramente masculina, en el odio al afeminamiento con exaltación ante la majestad de la muerte que viven los hombres viriles en combate, o, con el sarcasmo de Monsieur de Charlus, quien ve en la falta de hombres hermosos una ciudad en la que han destruido toda la estatuaria

Finalmente, ya vieron ustedes, queridas, en la última misiva que les envié, cómo también Marcel integra las sensaciones culturales en el relato de la guerra en la ciudad. Hoy les dejo con una de las más estupendas, porque anticipa acontecimientos, consigue una percepción completa del hombre que vuelve del frente, y lo hace con una morbosa sensualidad prezombi:

Cuando Saint-Loup entró en mi cuarto, me acerqué a él con ese sentimiento de timidez, con esa impresión de cosa sobrenatural que producían en el fondo todos los militares de servicio y que sentimos cuando entramos en casa de una persona herida de una enfermedad mortal y que, sin embargo, se levanta, se viste y pasea todavía.

Suya,
Madame de Borge