Zhangjiajie, en la zona de Wuling al noroeste de la provincia de Hunan, es una ciudad de aspecto mucho más moderno que todas las vistas hasta ahora. Según Geoff, que estuvo aquí hace dos años, el cambio es sencillamente espectacular. Han construido avenidas, gran parte de las calles están asfaltadas, han puesto iluminación artificial en muchas calles, las aceras son anchas, hay alamedas, bonitas marquesinas y estaciones de autobús, etc. Todo ello se debe a que Zhangjiajie quiere convertirse en un centro turístico de relevancia. Hace unos años construyeron el aeropuerto, también moderno, aunque no tan nuevo como otros que hemos visto. El motivo de todo ello son las llamadas montañas de Zhangjiajie, que actualmente son un parque nacional. Estas montañas son bastante peculiares, y dicen que sólo hay unas parecidas en Yugoslavia. Se trata de bloques de piedra que como pináculos surgen del suelo y se levantan cientos de metros en paredes verticales. Algunas de ellas son realmente estrechas, y otras dan lugar a paredones que imagino harían las delicias de escaladores. La zona es abrupta y muy verde, de cualquier rendija nace un arbolito o hierba o arbustos, a pesar de la piedra reinante. Al parecer, todo esto se formó debido especialmente a la acción de los rayos, que al dar sobre la piedra hacían que grandes bloques cayeran al suelo y otros quedaran de pie de esta forma. Nosotros tuvimos un día de sol espléndido.

A pesar de la expresión ‘parque nacional’, esto es algo diferente a lo que nosotros entendemos por esto. Recorrer toda la zona por los caminos que están abiertos al público costaría unos cuatro días. Estos caminos están perfectamente señalizados, empedrados con piedras y baldosines de color rosado, mucha barandilla y demás. Prohibido acampar, prohibido (peligroso también) salirse de las rutas. Hay un teleférico modernito que permite llegar a la cima de unas cuantas montañas de estas y mirar las demás desde arriba, con algunos puntos de visión acojonantemente acojonadora. Preparado para el turismo, tenían un grupito de mujeres de la etnia miao, que son pequeñísimas de veras, que por un módico precio te cantaban canciones de amor. Y se sacaban una foto contigo. No en nuestro caso, porque ellas mismas quisieron sacarse una foto con los tres tíos esos tan raros de ojos gordos y pelos claros. Otras zonas del parque incluyen paseos junto a cascadas naturales y otras que no lo parecían tanto, o un lago impresionante, de muy difícil acceso entre escaleras que salvan precipicios, donde una barquita te lleva por diversos templos que han plantado ahí para solaz del turista. La zona es bella, ciertamente. Yo quería descansar, ¿recordáis? Después de dieciocho horas baqueteados en el minibus. Anduvimos durante ocho horas. Los pies doloridos, las rodillas jodidas. La madre que los parió con sus ganas de agasajar, joder.


El público es casi en exclusiva chino, se trata de un centro de turismo nacional, aunque en el hotel vimos japoneses (¿que cómo se distinguen? pues chicos, no sé qué decir, es un algo, un feeling, caminan más tiesos, la piel es más blanca, los ojos se inclinan más hacia la frente que hacia la boca; ¿acaso no conseguís distinguir muchas veces a los españoles cuando viajais por europa antes de oirles hablar? pues…) y también koreanos (mogollón de ellos en el aeropuerto; esto se nota porque en todas las maletas ponía Mr. Kim, con lo cual no sé la utilidad de poner el nombre en la maleta). A la entrada del parque te recibe un cartelón enorme de Jiang Zemin, con una sonrisa ridícula, con las montañas detrás en un bucólico día de niebla. Yo me preguntaba qué tal quedaría un cartelón de Aznar sonriendo a la entrada de Ordesa, o de la Alhambra, pongo por caso.

El turista chino, nunca lo adivinaríais, es ruidoso. Una pena, porque en un ambiente así el cuerpo pide tranquilidad y ruido del campo. Pues no. Gritos a mogollón, no digo ya nada los que iban en grupo. Y podéis imaginar la escena en la típica pared con eco… Esos concursos japoneses de gritos se quedaban cortos. Muy divertido cruzarse con las mareas de chinos en los caminos, porque les chocábamos mucho. Sin ningún rubor se quedaban mirándonos (sobre todo a Deborah, que fue inspeccionada miles de veces, e incluso más de una vez pararon a Grace para que le dijera a Deborah que era muy guapa), sonreían de oreja a oreja y los más aguerridos soltaban lo que parecía todo su inglés: ‘hello’ y hasta ‘where are you from?’. Ni qué decir tiene que ‘England’ les sonaba, pero ‘Spain’… Menos mal que había empezado ya la World Cup y a poco que decías Spain Football, sonreían y decían ‘yes yes’ (¿no es adorable el deporte? claro que Grace me enseñó un periódico en chino con la foto de Morientes y un titular que según ella decía noséqué de los Spanish bullfighters…). En una ocasión un niño se encaprichó de nosotros y pidió rogó y consiguió que nos sacáramos los tres una foto con él. Y nosotros civilizadísimos dijimos cheeeeeeeese y sonreimos al pajarito.

Fue un día agotador, pero estupendo. Verdaderamente no entiendo que este lugar no sea más conocido fuera de China, como lo puedan ser otras cosas como el ejército de terracota o la Ciudad Prohibida, no digamos ya la Gran Muralla (aunque supongo que esto entra dentro de la categoría de lugares estratosféricos). Pero en fin, igual es una cuestión de tiempo. A fin de cuentas, la ciudad se está preparando. Nos alojamos en un hotel llamado el Hotel Internacional de Zhangjiajie. Era estupendo, pero lo de internacional es un decir, porque me lo pasé cañón intentando llamar a la patria chica (el móvil se negaba a recoger señal alguna); el teléfono del hotel no daba línea directa y ahí tuve que decirle a la operadora el numerito al que quería llamar, y nunca lo he pasado tan mal dictando un número de teléfono durante cinco minutos. ¡Pero conseguí conectar! Vamos, que con paciencia todo acaba saliendo.


En un avión que partía de Zhangjiajie hacia Changsha a las once de la noche comenzó el viaje de vuelta. Cinco aeropuertos, Zhangjiajie, Changsha, Hong Kong, París Charles de Gaulle, Bilbao. En total, quince horas de vuelo, veintitres horas de vuelos y aeropuertos, e incluso una noche escala en un hotel de Changsha. Descubrí que en China puedes comprar yuanes con dólares -en los hoteles, sin ir más lejos-, pero que no puedes comprar ninguna moneda con yuanes salvo en el Banco de China (aseguran que hay una oficina en cada aeropuerto: ¡JA!), con lo cual puedes acabar llevándote todos tus yuanes a Europa, donde nadie te los cambiará. Afortunadamente, pasa uno por Hong Kong, donde no creo que haya nada que no se pueda comprar, vender, o cambiar. Volé de Changsha a Hong Kong con un profesor de lingüística de la Universidad de Swansea, de los que viene a enseñar métodos para aprendizaje de lenguas extranjeras y especialmente de inglés. Un tipo curioso, con un master en politología y otro en lingüística, que escribe libros y todo, con el que tuve una conversación de lo más interesante sobre cómo acabarán el galés y el euskara, jejeje. Terminamos poniendo verdes a los vinos franceses, faltaría más.

China me ha gustado mucho, sí. Yo quiero volver, aunque no sé si me dejarán. Uno llega con ciertos temores ante las dificultades lingüísticas, el lío/coñazo de las vacunas, las precauciones con el agua y las comidas desagradables. Pero si esta impresión saca uno de un viaje por la China desconocida, ¿qué será si le atacan con los templos, los palacios, las murallas? Cierto que viajar en estas condiciones es casi lo mejor: prácticamente en plan VIP, pero no en viaje organizado. Rodeado de chinos normales que te explican el país, las cosas buenas y las malas. Y con todo el mundo intentando que estés lo mejor posible. Pero… Es el país más pobre que he visitado, y sin embargo el más hospitalario y amable. ¿Será eso una consecuencia?

En el aeropuerto de Hong Kong, en la lounge de Air France, recojo el Liberation del día anterior. Una breve reseña de noticia de un gran escándalo en España por un escrito de los obispos vascos. Wilkommen… Bienvenue… Welcome…

Viaje realizado en mayo de 2002 (etapa v de v)