Ay, señor, señor, ya sé yo de qué se moría el viajante. De puritito agotamiento, oigan. Al cambiar de agente en Norteamérica, toca conocer clientes y… Jornadas agotadoras. Kilómetros y kilómetros, pasando por multitud de estados, en avión, en coche, en todoterreno. Restaurantes de carretera, de las cadenas medias de comida. Paisajes, huracanes, alguna ciudad de vez en cuando. La nada circundante….


Batí el récord de estados en un día, nada menos que 6. A saber, despertarse en Nueva York para coger un avión desde La Guardia a Pittsburgh (Pennsilvania). Allí alquilar un coche para estar dos horas en la carretera hasta una empresa en el vecino Ohio, en un pueblo cuyo nombre adoraréis: ¡Hannibal! Evidentemente, nadie se queda a comer en un pueblo llamado así (recordemos que sin embargo sí se duerme en Ripley), dado el nombre de gourmet del lugar, con lo que todo el mundo coge el coche y se va a comer al restaurante de la cadena Bob Evans más cercano, que está ya en West Virginia. Después hubo que volver hasta Pittsburgh y coger un avión (de hélice, pero avión) hasta Evansville, en Indiana, en el sur. Exciting, fantastic Evansville y su aeropuerto, nos regaló la mejor imagen de todo el viaje: unas ancianitas sentadas en sus mecedoras mirando los aviones llegar a través de las cristaleras -look at the ladies…-. Aunque era lunes, no pretendíamos que la noche pareciera tan excitante. Allá, en Evansville, Indiana, de nuevo en la carretera, en todoterreno con plaza para 8 personas y maletero enorme, llegamos hasta Henderson, Kentucky, tras una horita de conducción previa cena en el restaurante Cork and Cleaver, que ya no sé si es cadena o no, no tuve fuerzas para preguntar. Santo Dios, qué agotamiento.

La carta del Cork’n Cleaver, una declaración de principios
Los Bob Evans son, como digo, una cadena de restaurantes media. Se supone que tienen el estilo de las granjas de Ohio -tierra de amish-, con sus cortinitas de cuadros, y sus paredes de imitación a madera. Las raciones son desmesuradas. El cheesecake es directamente agotador. Otra nueva cadena que descubrimos es el Crocker and Barrell. Esta es una cadena de restaurantes de comida a la antigua usanza. Van acompañados de un store donde uno puede comprar todo tipo de objetitos antiguos de decoración y productos caseros. Me quedaron ganas de comprar mermelada: era excelente, pardiez. Pero uno no se arriesga a llevar nada en la maleta que pueda excitar a los perros de los aeropuertos, claro. En este restaurante me recomendaron zamparme un roastbeef con mashed potatoes and cheese & macaroni, que, debo confesar, estaba muy bien dado el habitual nivel de estas cosas. Pero me asombraron, puesto que se trata del primer restaurante en el que veo que no sirven alcohol. Cuando pedí mi cervecita (lo mejor para digerir estas cosas), se me apologizaron enormemente y… Se ve que uno se acercaba al sur. Y nos acercamos más, sí. Desde Kentucky cruzamos a Tennessee, donde resulta que descubrimos que la ‘Jack Daniels Distillery’ es nada menos que un historical landmark. No dudaba yo de que se visitara y se pagara por entrar y demás, pero de ahí a verlo directamente en la carretera anunciado como algo de interés turístico cuando en un restaurante a tiro de piedra no te sirven ni una triste Samuel Adams… Pero en Tennessee sí que tuvimos tiempo de estar un par de horitas en Nashville, una vez que habíamos hecho las visititas del día, a primera hora de la tarde y antes de volver en avión para Pittsburgh. Nashville es bastante poca cosa, la verdad, pero tiene una única manzana de interés. Allá en el downtown, junto a un edificio que conocen como ‘el Batman’ (un rascacielos con orejas, así son los arquitectos por allá), está el famoso Auditorio Ryman, donde por el módico precio de 10$ pueden ustedes subirse al escenario donde han cantado estrellas como Harry Conick Jr., Dolly Parton, el múltiplemente homenajeado Johnny Cash, Kenny Rogers, John Denver, Garth Brooks… Más interesante es la calle Broadway, donde a plenas cuatro horas de la tarde y bajo el sol del sur, estuvimos en una estupenda tienda con fábrica de guitarras (yo como no entiendo sólo disfruté con el lado estético de las mismas, aunque me mosqueé porque no había para zurdos. Ni siquiera bajos. ¿Y si entra McCartney?), y en los bares donde los perdidos del país se acercan a cantar, buscando el éxito, sin cobrar un duro. El más famoso de estos locales es el Tootsie’s, no porque Dustin Hoffman pasara por allí a pintarse el ojo, sino porque es el nombre de la dueña de hace unos años, mujer que debía ser de gran carácter, que dio fama al lugar, en el que se han rodado unos cuantos ignotos éxitos cinematográficos del mundo country americano. En Tootsie’s había un ambiente… digamos que estupendo… Pensionistas americanos haciendo fotos al local. Un grupo de tres pimpollos tocando, tocados con camiseta blanca bajo camisa de cuadros de manga corta, con cinturón ancho y pantalones vaqueros ajustados y márcalotodoquesoymuymacho, de pieles blancas y pelos rojizos que sobresalían de los sombreros tejanos (y del borde de la camiseta, claro). La concurrencia de la barra también estupenda: seis tíos, todos ellos sin compañía, bebiendo sus cervecitas a morro prácticamente tragándose el cuello de la botella, vestidos de pantalón corto, y no sé si tenían el cuello rojo como auténticos rednecks porque cualquiera se atrevía a mirarles. Ellos sin embargo no tenían este problema: no sólo íbamos demasiado elegantes para semejante local a tales horas, sino que en nuestra party venía una muchachita veinteañera de buen ver a la que, tal vez dado el carácter inserso del personal femenino de Tootsie’s, uno de los contertulios se comía con los ojos mientras le daban tics faciales, como si tuviera un Tourette al estilo Jordi Pujol. Bueno, antes de que hicieran con nosotros algo como lo que hizo la feria de la carne con los mecas de Inteligencia Artificial, salimos de allá por patas. Tuvimos un momento de relax en un impresionante store de discos de vinilo, un local en pleno centro de la ciudad, totalmente vacío de compradores, donde se vendían prácticamente sólo elepés (ay, qué maja pinta tenían algunos de Emmylou Harris) y singles del adorado plástico negro.


Lo más al sur que cruzamos fue Alabama… El señor conductor me había prometido que en nuestro único día allí iba a escuchar por la radio el Sweet Home Alabama, pues allí lo emiten con frecuencia en las radios. Los Lynyrd Skynyrd, por supuesto, son los héroes del estado. Y ciertamente, en Alabama los cielos nos fueron siempre azules. Y los campos estaban preciosos: del blanco color del cotton (pronúnciese ‘cáron’), con sus pequeñas plantas ya en flor cubriendo hectáreas y hectáreas. No hubo suerte: por mucho que el driver cambiaba y cambiaba de emisora, no encontró a los Lynyrd Skynyrd. Y eso que pilló emisoras nostálgicas. Posiblemente sea de lo más bizarro acabar escuchando el Sweet Dreams de Eurythmics en Alabama. Bueno, supongo que eso es mejor que mis amenazas de cantar. Yo es que si me meten de paquete en un coche muchas horas no puedo evitar que las ganas de cantar me traicionen. A no ser que me pongan la radio. Cosa que hicieron tras agotar la ‘apropiada’ colección de cedés de George Gershwin y Dwight Yoakam.

Y este año, una vez más, tuve huracán, aunque esto me tocó en el este y de refilón. En los EE.UU., en septiembre, las posibilidades de tener un huracán son del 50%. Yo estuve cuatro años atrás encerrado en un hotel de Atlantic City viéndole (con perdón) el ojo a Floyd. Cuatro años después, con frecuencia olímpica, apareció Isabel. Bueno, lo mejor de los huracanes por allá es el despliegue mediático. Las cadenas enloquecidas ante la espera. Los presentadores mecidos por el viento desmesurado retransmitiendo en directo desde la playas de North Carolina mientras las señales de tráfico salen volando detrás de ellos. La gente tomando provisiones en los supermercados (según el telediario). Y luego todo el mundo tan normal. El huracán pasó en unas horas, lo cual resulta hasta decepcionante, dada la expectación creada. Aunque no tanto como fracasar intentando hacerle ver a un yanqui la gracieta de los spaniards del grupo con eso de ‘hoy comemos con Isabel’. Vamos, que eso de ‘Isabel is a trademark for canned tuna in Spain’ debió parecerle una gilipollez suma. A nosotros Isabel nos pilló en el norte del estado de Nueva York, cerca de las Niagara Falls, en una zona llena de poblados y nombres de accidentes naturales que remiten a las culturas clásicas: Syracuse, Athens, Ithaca, Albany, Seneca (aunque esto también es nombre de indios; por acá también pululaban los iroquois de Jamiroquai). Apenas algo de viento fuerte y lluvia, ni siquiera demasiado cálida. Floyd en ese sentido descargaba agua de temperatura en la que uno se podía duchar perfectamente, aquello fue revelador. Una decepción en toda regla esta Isabel, desde luego. Y en Syracuse nos esperaba Jetblue…

Jetblue es algo impresionante. Cuando nuestros amigos americanos nos reservaron los billetes de avión con los que llegaríamos a NYC a pasar el fin de semana, lo hicieron en esta compañía, a un preció verdaderamente tirado: 46$ cada billete. El vuelo es corto, ya que Syracuse está a unos 400kms (calculo) de NYC, pero aterrizar en esta ciudad siempre es complicado, con el tráfico aéreo y esas cosas. Total, que tardaba una hora. Yo ya me temía lo peor. Una Great Lakes Airlines rediviva en el este. Me extrañaba, porque venía mucho personal a la puerta del avión en Syracuse mientras Isabel moría sin pausa a través de las cristaleras, y eso significaba un avión mayor. Y sí, era un avión de turbina, menos mal. Y directamente impresionante. Para empezar, tiene televisión en directo en cada asiento, en unas pantallas de cristal líquido digamos que la mitad de tamaño de la pantalla de un portátil usual pero con una calidad de imagen increíble. La tele en directo es la publicidad de promoción de la casa, nada menos que treinta canales de TV, entre ellos los más típicos de las televisiones americanas. Esto no lo había visto yo nunca ni sabía que se pudiera hacer. Ya saben, aquello de que hay que apagar aparatos electrónicos al despegar y aterrizar y esas cosas. El programa empezó después de despegar, pero el personal aterrizó viendo Los Simpson (menos mal, así se olvidaban de los bandazos que daba el viento, que arreciaba en NYC, más influenciada por Isabel y a una temperatura de 27 graditos). Bueno, Jetblue además tiene una distancia entre asientos estupenda. Esto ya lo había apreciado en los vuelos internos en los EE.UU., que se ocupan algo más de que la gente quepa. Las razones son directamente geométricas: con la distancia entre asientos en los aviones europeos, la mitad de los yanquis obesos, gigantescos y grasos no entran en un asiento. Incluso ni en dos. Bueno, Jetblue las superaba a todas. Podía uno extenderse pero bien. Además, el avión era nuevecito y reluciente. Nunca había ido yo, creo en avión tan impecable. Finalmente, la última sorpresa: todo el personal de cabina era negro. Esto no es un comentario racista, sino un hecho objetivo y rarísimo. Hay que considerar que es poco habitual ver negros viajando en avión en los EE.UU., calculo yo que el 85% de los viajeros es wasp, y el resto incluye orientales, hispanos, negros. Y aunque pueda parecer extraño, esto mismo suele suceder en el servicio de a bordo, ahí ya me imagino que entrarán discriminaciones contractuales basadas en ‘lo que le gusta ver al pasajero que vuela con nuestra compañía’. Por supuesto, simpatiquísimos los de Jetblue. Y el avión ya iba llenito de newyorkers megafashion de los que te miran con cara de morderte si les mantienes la mirada o que te observan desde lo alto de sus hombros. Claro que mucha mirada cool y mucha gafa de diseño y luego abarrotan aviones a 6.000 pesetitas el billete, ayyyyy…. Pero dejemos NYC, que eso es otro capítulo que se hizo a pie…

En este, que se hizo sobre todo en carretera y en avión, hubo la posibilidad de disfrutar del countryside de Pennsilvania en su verdor máximo, tras un verano lluviosísimo y mientras los árboles ya van cambiando algo de color. Resulta que en los folletos turísticos hay una ‘fall season’ para venir a observar por estos lares esto del cambio de la hoja. Imaginad lo que debe ser en Maine o Massachussets. En cualquier caso, algo mucho más saludable que lo que se veía no hace demasiados meses. Las casas siguen teniendo casi todas banderas americanas. También muchos comercios siguen con las pegatinas de ‘United We Stand’. Pero no hay comparación con el país de febrero, ese país que llegaba a sentirse acosado por alemanes y franceses porque no querían compartir con ellos el desmantelamiento de las armas de destrucción masiva de Irak. Ningún cartel que indicara ‘God bless our President Bush’, ni siquiera de ‘God bless America’, bendiciendo las autopistas, las calles… ¿qué ha pasado? En este periodo al Bush de turno le han salido unas encuestas que indican que no lo tiene tan fácil como todos asumimos en intención de voto para el año que viene. Incluso le pronostican derrota frente a ese general Clark que hace un mes no sabía él mismo si era demócrata o republicano. Pregunto a nuestro querido agente, que tiene una pinta de republicano que no puede con ella. Y lacónico me responde que ‘well, you know, he has to find some weapons in Irak’. ‘¿Y el patriotismo? ¿¿¿Y la libertad???’ le respondo yo poniéndome en pie, saludando a los cielos que guiaron a Colón a este continente sin par. Huy, no, esto último creo que lo soñé, no lo hice, no. Caí en silencio, demudado, faltaría más. Que en la empresa de mi querido agente vi yo veinte cuadros de aviones y barcos militares, y no está el oven para cheesecakes.

Viaje realizado en septiembre de 2003 (etapa ii de iii)
Distancia Santa Fe – Nueva York: 3223 Km.

4 comentarios en “Death of a salesman”

  1. Tremendo periplo, como siempre.

    Ay!! hoy me ha tocado vd. la fibra sensible, sr. Borge, aunque diga que Nashville es poquita cosa; El Ryman auditorium!! los Lynyrd Skynyrdm! la Harris! yo sé que para ud. todo eso es música de granjero floreado con botas de media caña llenas de bosta.

    Guardo como oro en paño, un vinilo traído de esas tierras con lo mejor del Grand Ole Opry (cuando todavía se hacía en el Rayman) y luego el otro Nashville, el de Altman, o el de Red Stovall/Honkytonk man, de nuestro tío Eastwood o W. Gutrhie… es que me pongo sentimental, jodio.

    Lástima que con sólo dos horas no le diese tiempo a visitar alguno de los míticos estudios, el RCA o el Decca, o acercarse hasta el Legends Corner, en vez de ir a ese tugurio donde se metió.

    Saludos.

    Perdón, ya sabe vd. que soy un poco personalidad múltiple.

  2. Señor juez, a sus pies!! Yo ya sé que es un sitio que muchos disfrutarían más que yo, y aunque fueron dos horas y aunque fueran horas malas y aunque el sitio es verdadero sur inhóspito, sin duda hay música por doquier. Yo sabía del ryman, y las fotos que luego he visto del interior del auditorio en la web me hacen pensar que es una pena no haberlo visitado, ciertamente. Pero era un viaje profesional, era difícil convencer de nada a los compañeros de viaje, también era difícil preparar nada porque raramente sabes si vas a tener un par de horas libres más, además de que el precio me parecía un robo. No tuve en mente lo de los estudios, confieso…

    váyase a ver winter's bone, por cierto. Impecable uso de la música country&hillbilly con sentido dramático en una historia

  3. Ya, soy consciente del tema tiempo , y sé que no anda ud. por ahí tocándose los huevos. Entiendo que las horas no den para nada, o para muy poco.

    Ud no lee mis listados anuales?

    Ya la he visto, pardiez, recuerdo haberle dado buena "puntuación". Y no sólo por la música, excelente, porque mantiene esas historias sobre la america profunda con gallardía, y es que con poquita cosa, se ha sacado un drama oscuro e insondable, entre los fogones de "meta" en el viejo Missouri, y esa joven, tan estupenda, que no recuerdo el nombre, eso sí que es True Grit.Una película apreciable, EMHO, periodicamente suelen sacarse alguna con este tipo de patrón, el año pasado (creo) fue Frozen River, aunque, lo cierto es que me gustó mas esta.

    Saludos

  4. A mí tb me gusta más que forzen river, aunque la opción sea idéntica: superdrama a lo bestia en el agro profundo yanqui. Pero esta tiene más lecturas (todas eas mujeres vigilantes, todos esos hombres en la sombra) y el uso de esa música en lo familiar es un tanto acongojante. Me enrollaré sobre ella, así que tampoco quiero decir mucho más, ejem.

    sí leo sus listas, pero claro, no recuerdo bien los puntos de cada una, oiga. Además, me pasa mucho que usted ve muchas pelis con adelanto sobre sus estrenos (que es lo que yo sigo en cine, sin ninguna duda estoy atrasado en estos tiempos en que 'internet no es el futuro, es el presente'), y, claro, una peli de nombre ignoto y directora ignota… ya sé que tiene premio en sundance, pero ya sabemos que eso mismo tampoco es supergarantía!

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