(vía Wikipedia)
St. Mary's Cathedral es una de las iglesias que conozco más espectaculares del mundo. De los años setenta, de planta cuadrada, un gran cono de cemento partido por estrechas vidrieras verticales se soporta en cuatro columnas inmensas que dan paso a cristaleras desde las que se ven diferentes partes de la ciudad, que así se puede observar mientras atiendes el servicio de misa. O sea, luz interior y luz exterior. Está en una colina y no es destino turístico habitual. Fantástica, aunque llegar andando a ella es un suplicio. El que tiene SF si uno quiere verla andando: las cuestas indómitas. Y así tengo los pies, que parecen maple syrup.

Mission Dolores. El edifico más antiguo de SF es la iglesia fundada por los franciscanos en honor de su santo y patrón que también da nombre a la ciudad. Tiene una basílica horrenda junto a la vieja iglesia de adobe. Un precioso cementerio con lápidas del siglo XIX (recuerden Vertigo) escritas en castellano -en honor de españoles y mexicanos pioneros de la ciudad- e inglés -por los hijos de Irlanda que la poblaron- se supone que alberga en el subsuelo los cadáveres de 5000 indios que murieron durante la construcción de la misión.

Castro. No es especialmente grande el barrio gay más famoso del mundo. Se organiza en torno una calle (Castro Street), y en ese sentido queda escasa si se compara con la de Sydney (Oxford Street), por poner un ejemplo parecido. Magníficas tiendas de camisetas (caigo en dos ocasiones, pero es que el rosa nos sienta tan bien a los rubios...) y de ropa alternativa -por ejemplo, sábanas de Tom de Finlandia-. Librerías. Tiendas de películas, con una con enormes galerías especializadas en subgéneros que jamás describiríais a vuestras madres. Artículos de cuero. Dildos obtenidos de moldes de las pollas de tus actores porno preferidos (las cajas son de diferentes tamaños, claro; no la hay de John Holmes, pero sí de Jeff Stryker). No hay peepshows, ni saunas, ni similares, cosa que me parece curiosa. Mucha pareja de la mano, casi siempre muy maduras. En las tiendas atienden casi siempre rubios estilizados, no necesariamente jóvenes. Premio para el nombre de una: 'Does your father know?'. Almuerzo en un restaurante italiano, me encuentro mesa con mesa con una pareja de catalanes de luna de miel. Se van mañana a Chicago. Van a pasar de 20 grados a 5 bajo cero. Al final de Castro empiezan a subir casas victorianas hacia las colinas. En el teatro del barrio, Castro Theater, proyectan Last Tango in Paris.

(vía Royalmaze)
Haight Ashbury. Estupendas casas victorianas circundan este barrio alto, junto al parque Golden Gate y el (frondosísimo) parque Buena Vista. Hay que subir cuestas como si fuera un viacrucis para llegar. Acá se asentaron muchas de las comunidades hippies de los setenta, y aunque ya sólo queden tiendas, se respira un aire algo fumeta: los homelesses son más adictos que veteranos de Vietnam. Amoeba: gigantesca tienda de cedés y vinilos, de actividad impresionante. Puedes escoger un cedé y poner su código de barras bajo un lector acoplado a unos cascos, y te lo reproduce al momento sin sacarlo de la caja precintada. Veo una tienda enorme de guitarras. Una pequeña tienda de discos de géneros varios especializada en vender ¡a disc jockeys! Estupendas tiendas de zapatos (vuelvo a caer, no sé con qué coño me voy a poner estas zapatillas verdinegras a manchas). En el teatro del barrio, 'Red Vic', proyectan The Raspberry Reich.

(vía Soyturista)
Las calles de San Francisco. Y su subir y bajar de continuo. Encuentro en Columbus Avenue la librería de Jack Kerouac, está cerrada. Divisadero, la calle que se lleva el primer plano de Entrevista con el vampiro. Alamo Square y su vista de casas victorianas. Union Square, centro de la ciudad, con sus grandes almacenes varios. En Borders me agencio tres tochos. En EE.UU. los libros son más bien baratos, pero con el cambio del dólar el querido Easy Riders Raging Bulls se queda en nada. Me agencio uno de Colm Toibin (que hasta ahora nunca lo he probado) y el último de Michael Cunningham (A Home at the End of the World). Compro los tres tipos de colonia de Abercrombie & Fitch (que es la mejor colonia para hombre del mundo, ¿qué pasa? Además se venden en tamaño para viaje…). Las tiendas de Abercrombie son altamente estimulantes, pero sólo hay en EE.UU. Compro filtros de fotografía de no sé qué ostias para un amigo que me los ha pedido, pero no tienen en la tienda, y tengo que ir a otra cruzando Tenderloin por Turk Street hasta el cruce con Van Ness Street. Soy objeto de las miradas del mayor conjunto de espectros con que me he cruzado. Homeless sin piernas (¿arrasadas de napalm?) y sin nariz (¿arrasada de nieve?). Esta ciudad está llena de monstruos (para relajarme entro en una poor lit second hand bookshop (sic) decorada con portadas de una publicación tipo Noticias del Mundo que son un despiporre, como una que afirma que hay pruebas de que Bin Laden ha conseguido clonar ¡a Hitler!). A los monstruos de la ciudad no se les puede ni mirar, o te seguirá uno de ellos por toda la manzana pidiéndote un quarter y te acabará llamando somabiche por no darle un mísero níquel.

La gente de San Francisco. Muy maja, oyes. No sólo en las tiendas te acogen con la tradicional amabilidad californiana, en la que eso de que el cliente es el rey se llega a sentir. En la tienda de fotos incluso llaman a la competencia para ver si tienen el artículo, y me lo reservan. En Castro los dependientes se deshacen en sonrisas y hasta sospechosos guiños de complicidad cuando compras. En Haight Street son todo buenas maneras aunque mi madre criticaría profundamente que se les ven los calzoncillos fosforescentes al atenderte. Los activistas ecologistas se enrollan preguntando de dónde eres (y así conozco a una alemana que vivió un año en Madrid y que por supuesto habla mejor castellano que yo). Hasta dos personas (cincuentonas de buen aspecto que pasean a sus perros) se ofrecen amablemente a ayudarme cuando estoy con el mapa en ristre decidiendo donde molturarme los tobillos a continuación. Y, coño, todo el mundo ha estado en España, hay que joderse. Aunque sea en el setenta y tres, señor.
But, as they say... am sure that San Francisco has not changed in the ten years since your last visit as dramatically as Spain in the last thirty years... claro que SF no necesitaba cambiar, supongo.





Viaje realizado en febrero de 2005 (etapa i de iii)
Distancia Estocolmo – San Francisco: 8615 Kms



4 comentarios en “Un día en San Francisco”

  1. Goio, esta frase… "no sé con qué coño me voy a poner estas zapatillas verdinegras a manchas" 😀

    Yo creo que el rosa no le sienta bien a nadie, aunque cierta pantera seguro que me lo discutiría. Molan las casitas victorianas, es que tienen un encanto especial. Y lo de que llamen a la competencia para ver si tienen un artículo…

    Envidia de la sesión de compras, es que ni tiempo. 😛

  2. ah, recuerdo que tuve que luchar por aquel día libre en san francisco para irme de compras y de turismo tan personal. No fue nada fácil!

    absoluto desacuerdo respecto al rosa, claro. Yo es que siendo niño me atacó la imagen de travolta vestido de rosa en saturday night fever, y ya no se me fue nunca. Yo no sabía que un hombre pudiera vestir camisas rosas!!

  3. Bueno, cierto, rectifico, pero depende del tono de rosa… Lo cierto es que yo tengo un par de camisetas rosas con mucho estilo.

  4. yo te enseñaría alguna foto, pero… mmmh… mejor que en casa te enseñen el video de cierta boda, y ahí verás exactamente la camiseta del la que hablamos, comprada en la 'Does your father now?' mencionado en la entrada…

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