Queridas Madames,

Y llegamos al subtexto que todo lo explica, claro. La cuarta parte de la recherche tiene un título claro, y yo no sé aún sus entresijos, pero estimo que mucho se avanza en El mundo de Guermantes. Las diferentes formas de vivir en el armario están aquí resumidas, y son deliciosas. Por ejemplo, la amistad masculina equívoca, cuyo exponente máximo es la fascinación completa que Marcel siente por la belleza de Robert de Saint-Loup:
-¿Conque preferiría usted acostarse aquí, a mi lado, mejor que irse al hotel? –me dijo Saint-Loup, riendo.
-es usted cruel, Roberto, en tomarlo con ironía –le dije-, sabiendo como sabe que eso es imposible, y que allí voy a sufrir tanto
-Me adula usted –me dijo-, porque precisamente se me ha ocurrido la idea de que usted preferiría quedarse aquí esta noche. Y eso es precisamente lo que había ido a pedirle al capitán.
-¿Y lo ha permitido? –exclamé.
-Sin la menor dificultad
-¡Oh! ¡Lo adoro!
-No; eso es demasiado. Ahora déjeme usted que llame a mi ordenanza para que se ocupe de nuestra cena –añadió, mientras yo me volvía para ocultar mis lágrimas.
¿No creen ustedes que son peculiares, a la vez, la libertad y la falta de libertad que Marcel tenía para escribir? Puede aún refugiarse en la bonita amistad entre hombres jóvenes sin levantar sospechas entre los lectores de su época. Pero estos no le perdonarían si explicitara sus sentimientos reales. En esa contradicción –que comparte con otros escritores grandes- está parte de la magia de su literatura.
Otra forma de vivir el armario es descubrir en la ‘amada’ los rasgos del ‘mejor amigo’. Aquí se justifica al ser amada y amigo ambos familiares, parte de los Guermantes, pero el adular a la hermana de un chico bien guapo sin por ello tener problemas es una tradición homófila adolescente: al mirar a Roberto, me di cuenta de que también él era un poco como una fotografía de su tía, y en virtud de un misterio casi tan conmovedor para mí, ya que si el rostro de él no había sido producido directamente por el de ella, ambos tenían, sin embargo, un origen común. Los rasgos de la duquesa de Guermantes, que estaban prendidos en mi visón de Combray, la nariz en forma de pico de halcón, los ojos penetrantes, parecían haber servido asimismo para recortar, en otro ejemplar análogo y menos consistente, de piel demasiado fina, el semblante de Roberto.
Marcel llega más allá: cuando se entera de que la amante de Roberto es ‘Rachel quand du Seigneur’, a la que conoció en un prostíbulo, está en realidad ofreciéndose. Como protector, sí, pero me temo que él también quisiera ser la puta de Roberto, aunque por otro lado su indiferencia antes la prostitución de Rachel, vestida de liberalidad, esconde más bien el grito a Roberto de que estas mujeres (y posiblemente todas) no le convienen: comparaba yo para mis adentros cuántas otras mujeres por las que viven, sufren y se matan los hombres, pueden ser en sí mismas o para otros lo que Raquel era para mí. (…) Yo hubiera podido enterar a Roberto de no pocas dormidas de ella, que a mí me parecían la cosa más indiferente del mundo. A él, en cambio, ¡cómo le habrían apenado! ¡Y qué no habría dado por conocerlas, sin conseguirlo!
Una noche de borrachera le devuelve a Marcel su propia imagen en un espejo. Y se desprecia. Yo también veo aquí subtexto: aborrece su verdadero yo, como buen chico que aún no se acepta. Diría además que hay ecos de Dorian Gray: Como en aquel momento era yo ese bebedor, de repente, al buscarlo en el espejo lo descubrí, repulsivo, desconocido, que me miraba. La alegría de la embriaguez era más fuerte que la repulsión; por broma o por baladronada, le sonreí y al mismo tiempo me sonreía él. Y yo me sentía hasta tal punto bajo el imperio efímero y poderoso del minuto en que las sensaciones son tan fuertes, que no sé si mi única tristeza no fue pensar que para el yo espantoso que acababa de percibir acaso fuese éste su último día, y que jamás volvería encontrar a aquel extraño en el curso de mi vida.
Pero tampoco hace falta, Madames, ser puta para saber lo que es follar. Quicir, conocer la noche para ver el amor efímero. A ver si me explico: aún puede haber voces que me digan que hasta ahora las cosas no están tan claras como una mirada insumisa pudiera querer ver. Marcel es explícito en un par de ocasiones. Por ejemplo, con otro punto de la homosexualidad: ¡el ataque nocturno! Eso sí, aprovecha para alejarse de hombres de tan feas costumbres, con más miedo que vergüenza, aunque también por la airada reacción de Saint-Loup, que en esta ocasión usa los puños, y que es una advertencia de lo que le esperaría en caso de propasarse: Era un paseante apasionado que, al ver al apuesto militar que era Saint-Loup, le había hecho ciertas proposiciones. Mi amigo no salía de su asombro ante la audacia de ese ‘mangante’, que ni siquiera esperaba las sombras nocturnas para arriesgarse (…) Unos puñetazos como los que [Roberto] acababa de dar tienen, para los hombres del género del que un momento antes le había abordado, la utilidad de darles que pensar seriamente, si bien, con todo, durante un tiempo suficientemente escaso para que puedan corregirse y escapar así a los castigos de la justicia.
No son expresiones para una dama, Queridas, pero debo decirles que Marcel tiene la picha echa un lío con Roberto. Y cuando se junta con sus amigos, que en teoría compiten entre ellos para ganarse a las ricas herederas de París, el asunto se le desata. El grupo de amigos guapos con secretitos es otra fantasía homosexual, por supuesto: Nunca se invitaba a uno de ellos sin los otros; los llamaban los cuatro gigolós; siempre se les veía juntos en los paseos, en los castillos, donde les daban habitaciones con comunicación entre sí, de modo que –tanto más cuanto que todos ellos eran muy guapos- corrían rumores a cuenta de su intimidad.
En fin, no necesito más, la verdad, y eso que lo hay. El deseo de expresión de Marcel es tan grande que resulta abrumador. La belleza de sus vericuetos lingüísticos es arrebatadora. No hay, desde luego, lectura militante. El análisis de este volumen terminará con otro de los temas básicos de El mundo de Guermantes: Dreyfuss, los judíos, el nacionalismo francés.
Suya,
Madame de Borge

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