Enrique de Areilza fue un médico bilbaíno nacido en 1860, que vivió la III Guerra Carlista y el sitio de Bilbao durante su infancia, y, vecino como fue del barrio de San Francisco, se acostumbró desde niño a observar la vida y las costumbres de los mineros de Miribilla, que con sus miserias y enfermedades laborales llenaban ya cafés, burdeles e iglesias, todos ellos abundantes en el barrio hace 150 años.

Retrato del Doctor Areilza pintado por Manuel Losada, con las minas de la cuenca minera de fondo. El libro de Montalbán empieza describiendo este cuadro

Areilza, liberal e individualista, miembro de una generación gloriosa de tercos prohombres de la sociedad bilbaína (Miguel de Unamuno, Telesforo de Aranzadi, Adolfo Guiard, etc…), procedía de una familia carlista de Zeanuri que había recalado en Bilbao. Pero además de liberal fue anticlerical y su vocación fue la Medicina, que estudió en Valladolid y París, para volver con gran prestigio a la ciudad y de muy joven, con 21 años, ejercer ya como director del recién inaugurado Hospital Minero de Triano, el primero que se abrió en la zona minera de Bizkaia, en aquel momento en plena vorágine inmigrante y laboral. Desde un principio, y a una edad que hoy resultaría impensable, impuso su carácter y personalidad, quiso implantar estrategias de prevención laboral, y tuvo muy claro antes sus empleadores que los horarios y salarios explotadores eran causa de muerte para los mineros.

Portal número 15 de la calle San Francisco de Bilbao, hoy, donde nació Enrique de Areilza. La placa en su honor dice: ‘1860 – 1926. El Exmo. Ayuntamiento de Bilbao dedica esta lápida a la memoria del ilustre bilbaíno Dr. Areilza, como estímulo y ejemplo, porque quien pasó la vida investigando la verdad y practicando el bien tiene derecho a sobrevivir en el recuerdo de las generaciones venideras’.

El Doctor Areilza. Médico de los mineros es una biografía escrita por Josu Montalbán en un marcado tono sentimental hacia Enrique de Areilza, y, salvando las reconocibles dificultades de los tiempos, hacia la época relatada, especialmente la segunda mitad del siglo XIX, en los dos lugares principales de la vida de Areilza: Bilbao y la cuenca minera. En ambos casos, además del retrato sentimental, existe una experiencia vívidamente solidaria que Montalbán (que ha sido concejal, juntero y diputado socialista) comparte con Areilza y que forma parte de su interés narrativo como autor de manera muy notoria, desde el título del libro a las complicidades del doctor con los líderes del incipiente socialismo bizkaino (Perezagua, Prieto) a la solidaridad con los obligados a emigrar. A mí, de manera personal, me agrada especialmente el retrato de la vida minera en Miribilla, porque ahora vivo en el barrio en que estaban las hoy agotadas minas que dieron conciencia al niño Areilza, y porque cruzo casi a diario Bilbao La Vieja y a veces hasta veo la placa en la casa en que nació el doctor. Y hay vestigios, claro está, de ese pasado, hoy un tanto desdibujado en lo literal pero peculiarmente vivo en lo social. La incipiente conexión del doctor con la medicina preventiva laboral y la prevención de riesgos también son particularmente interesantes, por precursora e innovadora, y contiene episodios emotivos cuando se trata de la aparición de las epidemias.

El Doctor Areilza en su quirófano (vía)

No obstante, creo que el personaje, por su discreción natural, tampoco rinde excesivas alegrías al biógrafo, que se ve en ocasiones necesitado de subrayado y cierta repetición, y, probablemente, por tener que ceñirse a una extensión y formato de una colección (‘Bilbaínos recuperados’), tampoco puede extenderse en exceso en otros personajes y situaciones históricas. Enrique de Areilza, eso sí, probablemente es más universal de lo que reconoce el acervo bilbaíno. Hoy tiene una calle central en la ciudad, que se extiende desde la dedicada al fundador de la villa hasta la calle Autonomía. Su hijo fue el primer alcalde franquista de Bilbao, y no dispone de ese honor.

Josu Montalbán (vía)

 

 

 

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