La heredera es una película de 1948, un clásico de Hollywood dirigido por Wiliam Wyler, muy conocida por ser el segundo Óscar de Olivia de Havilland, que formó pareja con un jovencísimo Montgomery Clift en uno de sus primeros papeles. La vi hace muchos años, recordaba como tópico conseguido el de Olivia de Havilland como personaje poco agraciado, pero especialmente la escena final y el aire continuo de sexualidad no consumada que suponía la relación, que luego llamaríamos tensión sexual no resuelta.
La heredera se basa en un libro, Washington Square, escrito por Henry James, que ya no recuerdo cómo llegó, en una impresión en su inglés original, a casa. Es en realidad una novela corta e intensa, de magnífica estructura y ritmo endiablado, de la que Wyler (o mejor, sus guionistas Augustus y Ruth Goetz, que previamente habían adaptado la novela también al teatro) hicieron un buen resumen, engarzando con habilidad prácticamente todos los momentos recogidos en el libro, aunque modificando los hechos del final (no su sentido) para un mayor subrayado dramático. El cambio más importante, no obstante, es el carácter de Catherine, la protagonista, que en la película tiene una oportunidad para la venganza que en el libro es menos obvia, y que probablemente encajaría menos en ese final dramático.
Catherine Sloper, hija del adinerado Dr. Sloper, vive a mediados del siglo XIX en la plaza Washington Square de Nueva York. Es una muchacha sana y robusta, pero ingenua, un tanto aburrida e incluso asocial, y poco agraciada, heredera ya de una fortuna por su madre ya fallecida y de una fortuna aún mayor cuando su padre fallezca. Padre e hija viven en una casa magnífica en compañía de la tía Penniman, hermana del padre y dicharachera viuda de un clérigo. La casa sólida en esa plaza central del Bajo Manhattan es el lugar que el doctor Sloper ha escogido para establecerse, sin escuchar los modernos cantos inmobiliarios de la próspera ciudad en crecimiento, algunos de cuyos habitantes recomiendan cambiar de casa cada cuatro años. No es de extrañar que en casa del Dr. Sloper las décadas vayan pasando y todo parezca envejecer con rapidez. En ese ambiente irrumpe el joven, dinámico, guapo, educado y encantador Morris Townsend, al que Catherine conoce en una fiesta familiar común (el compromiso de una prima de ella con el hermano de él) y que desde un principio la corteja con cierto descaro y la connivencia de la tía (que proyecta en la pareja tanto un ideal romántico como sus propias pasiones), y el escepticismo del padre, que, desconfiado con las intenciones de Morris (que no es sólo pobre y sin trabajo ni renta, sino que ya gastó una herencia familiar en viajes por el mundo), se huele estar ante un arribista en busca de dinero fácil.
Morris no sólo representa una pasión juvenil en lucha contra un hombre protector y de una vieja moral, sino también un tiempo nuevo que quiere derribar las viejas estructuras, vivir de otra manera, y sacudirse la caspa de la sociedad antigua, la propiedad antigua, y el antiguo régimen, claro. La novela es sutil, prácticamente el retrato de una lucha generacional, en el que la mujer es a la vez objeto de protección y transacción; su voluntad no respetada y su escasa capacidad personal le sitúan en peor lugar que, por ejemplo, las heroínas de Jane Austen, con las que la obra de Henry James, en este caso, emparenta en varias situaciones a pesar del cambio de continente y las varias décadas de distancia. Sí es especialmente atractiva en James cierta atmósfera alrededor de la casa-fortaleza, además del contexto histórico que cuida mucho de reflejar subrayando que el narrador habla tres décadas después de los hechos, y un hálito sexual en los envites de Morris, donde se refleja un intento de penetración múltiple del chico y su tiempo y su clase en la chica y su tiempo y su clase y casa. Es una inspiración pre freudiana, alimentada por la adoración de Catherine hacia su padre, tal vez esperable conocida la obra posterior de James, pero no por ella exenta de sorpresa.
William Wyler hizo una adaptación menos apegada al tiempo histórico pero que reflejaba bien esta pulsión sexual. A menudo retrata a Montgomery Clift a oscuras y pocas veces de frente. Los encuadres con Clift y De Havilland muestran a ésta en general a la defensiva física, incluso cuando su educada resistencia es vencida por las palabras y la belleza de Clift, que siempre es dominante en el plano. A la película le falta la profundidad psicológica de los personajes especialmente mayores, pero lo compensa con una gestualidad muy conseguida y emotiva de los personajes femeninos, todos ellos deslumbrantes.