Dorothy M. Johnson ha sido probablemente el mayor impacto lector en el formato de ‘descubrimiento inesperado’ que he tenido en los últimos años. Descubrimiento de una escritora clásica de los años cincuenta y como revelación artística que escribe desde el género, alejado de la explotación que éste suele tener y en el que es difícil rascar calidad, salvo que una rastreadora como Lectora Constante te lo revele, como ha sido el caso. Gracias a ella y su gusto formidable.
Estos dos bonitos volúmenes han sido editados por Valdemar en su colección Frontera; en Indian Country, el prólogo adelanta el prestigio histórico que acompaña a Dorothy M. Johnson como autora de relatos del Oeste. Johnson encabeza los listados críticos históricos del género de manera apabullante, y es autora a su vez de las historias en que se basan una selecta cantidad de clásicos del cine como El hombre que mató a Liberty Valance, El árbol del ahorcado, o Un hombre llamado caballo. Curiosamente, a través del cine y del recuerdo cinéfilo se produce una primera inmersión familiar en las historias de Johnson, la del espectador que recupera determinados universos visuales clásicos previos a la decadencia o a las revisiones europeas del género.
Johnson es una narradora fabulosa: su tono es directo, sus frases son breves y contundentes como la acción que describe, y su visión es aparentemente limpia y despojada de moralinas; su descripción de un mundo violento y práctico en el afán de supervivencia de sus protagonistas es cruda y aparentemente aséptica. Tiende a centrarse en personajes que obviamente se encuentran en una frontera geográfica, que es normalmente trasunto de una frontera vital, y con ello de algún tipo de rito de paso: de niñas raptadas por indios para ser criadas como ellos, a viejos jefes indios que afrontan sus últimas batallas antes de, probablemente, morir, pasando por chicos prepúberes obligados a madurar repentinamente ante la brutalidad del entorno o por mujeres indias devueltas a sus familias blancas tras pasar décadas con los indios.
No hay rastro del buen salvaje en la descripción de los usos y costumbres, o en el apego a la tierra, los animales o los ritos de los indios. Al contrario, la supervivencia y el escaso desarrollo retratan una vida durísima y llena de clases. Y, no obstante, la dignidad del pueblo indio queda claramente defendida en el punto de vista respetuoso con sus ritos que Johnson muestra, desde el momento en que les adopta como personajes completos que desarrollar, y hasta alcanzar un humanismo antropológico que literariamente se refleja en determinismo vital. El respeto de Johnson se observa en la mirada al conflicto despiadado (entre blancos e indios, pero también entre indios y entre blancos) surgido del choque inevitable de culturas y las anomalías fronterizas que surgen del mismo. Una mirada literaria en que impresionan mucho la facilidad en usar recursos como el recuerdo de personajes mayores y su historia casi olvidada que alcanza carácter legendario, las elipsis que resumen años en un único párrafo, la ausencia de metáforas recurrentes, un manejo hábil y sorprendente de las situaciones de tensión, y la falta de sensiblería (que no emoción, porque esta suele desbordarse especialmente al resolver las situaciones dramáticas que construye la autora), sin olvidar además el subtexto que siempre subyace al oeste como género: la construcción de un país, ya cuestionado en Johnson por la mítica del relato con que debe justificarse a sí mismo.
Tanto en Indian Country como en El árbol del ahorcado hay varias joyas. Casi todos los relatos me han parecido excelentes, como La frontera en llamas, La hermana perdida, El chico de la pradera, El regalo junto a la carreta, Viaje al fuerte… Hay dos que me emocionan especialmente, centrados en dos viejos jefes indios que por diferentes razones familiares deben afrontar su pasado y su futuro, que son La camisa de guerra y Marcas de honor, porque ponen la mirada en personajes normalmente fuera del foco, y el uso del recuerdo en ambos alcanza momentos de profunda tensión interna. Para mí es bastante inevitable mencionar el relato que dio lugar a la película de John Ford, El hombre que mató a Liberty Valance, por ser una de las joyas cinematográficas de la historia del cine, una película en la que Ford depuró su estilo hasta cierta abstracción en las lecturas sobre política, familia, justicia y territorio que aúna. Es milagroso que todos esos temas y prácticamente todas las relaciones personales y sociales que Ford representa con inspiración y emoción en dos horas estén ya contenidas en las 23 páginas del relato de Johnson. Quizás esta inversión no es el mejor ejemplo canónico para subrayar la capacidad de concreción de la autora, pero sí para indicar su habilidad para la precisión y la sugerencia a partir de situaciones y personajes aparentemente sólo narrativos. Como pretendida y falsamente le suponemos al género.
Tuve la oportunidad de hablar de estos dos libros en la radio, junto con Weldon Penderton, Roberto Bartual y Paz Olivares gracias al podcast de niñosgratis*. El podcast está disponible en ivoox, pinchando aquí. Nos quedó muy bonito y con mucha medicina.