El primo Basilio es una novela del siglo XIX escrita por José María Eça de Queiroz, que he podido leer en traducción al castellano de Ramón María del Valle-Inclán. Eça es uno de los grandes nombres de la literatura portuguesa, y, por lo que tenía entendido y esta novela confirma, un escritor encuadrable en su tiempo de novela tanto realista como romántica (a saber dónde lo enmarcaría Chus Lampreave), incluso con su punto de exaltación patriótica también típica del nacionalismo europeo del XIX.
El primo Basilio narra un adulterio y sus consecuencias trágicas con un tono distendido e irónico, y con un atrevimiento inesperado. Luisa es una joven esposa burguesa de Lisboa cuyo marido tiene que trasladarse una temporada al Alentejo por trabajo. En ese momento regresa a la ciudad Basilio, el primo de Luisa, tras años de ausencia, que ahora es un hombre rico y desocupado, que desea retomar con ella una relación ya olvidada que años atrás les llevó al compromiso matrimonial. Eça juega con todas las posibilidades del folletín que se puede entrever: las habladurías de los vecinos, los amigos de la pareja que conforman una tertulia cada domingo, las criadas de la casa y las posibilidades que les da el conocimiento de las relaciones de su ama, el chantaje sobre la esposa, etc…
En El primo Basilio hay una construcción mecánica de la historia casi perfecta en la que Eça incluso reclama su oficio: desde el diseño de la trama partiendo de una obra de teatro escrita por otro familiar de Luisa, los diferentes tópicos van apareciendo sin posibilidad de escapar al destino. Para ello también utiliza varios espejos narrativos para la protagonista: la criada que recibe al mozo de los vecinos, la amiga de vida liberal, o la amiga piadosa locamente enamorada de un prócer. Eça se atreve además con pasajes de acaloramiento sexual, afrontados con un placer disfrutable exento de culpabilidades religiosas. Una rama de la trama tiene una visión social, que Eça intuye pero no acaba de desarrollar, en la figura de Juliana, criada harta de servir y de alma marxista incipiente, pero cuya revolución posible queda cercenada. También la propia revolución de Luisa, visible en un punto de vista libertino pero finalmente deudora de Madame Bovary. Eça, en el momento clave del libro, pone en voz de un personaje masculino que las mujeres no son culpables de estas situaciones, sino que lo son los hombres. Lo dice Sebastián, amigo de toda la vida del marido, que nunca ha tenido novia y que siempre fue ese confidente seguro que todo hombre requiere, y que al discurso decimonónico de la mujer burguesa encerrada en una vida anodina añade una relación homoerótica clara (para quien quiera leer), por platónica que fuera y obviamente armarizado que estuviera Sebastián.
El primo Basilio recupera también para mí la magia de los novelistas decimonónicos que crearon la novela moderna como producto, que la popularizaron, y que denunciaban el tópico según el cual las mujeres eran débiles por caer en el vicio de su lectura. Esa magia se traduce en claridad literaria: ritmo narrativo, prosa limpia aparentemente simple, supuesta ausencia del narrador. Claro que todo esto puede aplicar a muchas obras que han perdurado de los autores que ciertamente lo merecían, pero, independientemente de eso, El primo Basilio brilla por sí misma, y la fama de Eça, de quien hasta ahora no había leído nada, parece muy justificada.