Querida Madame Proust,
Mírelo, mírelo como sí que Marcel tiene sentido del humor. Se lo explico en sus diferentes formas:
– El chiste malo (pronunciado por un médico):
Y sobre todo, póngale a leche. Más adelante, cuando hayamos acabado con los ataques y con la agripnia, no tengo inconveniente en que tome usted alguna sopa y algún puré; pero a leche, siempre a leche. Eso le gustará a usted, porque en España está de moda. (Este chiste era conocidísimo de sus alumnos porque le soltaba en el hospital cada vez que ponía a régimen lácteo a un hepático o a un cardíaco)
– La conversación frívola social (en la tertulia de Swann):
–[…] Yo hago con mucho gusto cualquier cosa que sea favorable a mi marido.
–Pero, señora, lo primero es poder hacerlo. Probablemente usted no es nerviosa. Yo, en cuanto veo a la mujer del ministro de la Guerra haciendo gestos, me pongo a imitarla sin querer. Es una desgracia tener un temperamento así.
–¡Ah, sí! He oído decir que esa señora hace muecas nerviosas; mi marido conoce también a un personaje muy elevado, y claro, los hombres cuando se ponen a hablar…
–Ocurre lo que con el jefe del protocolo, que es corcovado: en cuanto está cinco minutos en mi casa no puedo por menos de ir a tocarle la joroba, es fatal.
– Comedia sexual entre adolescentes:
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Reconozco, Madame, que la lectura del primer volumen me produjo más carcajadas, siempre esporádicas eso sí, que la de este segundo libro. Aún así, espero seguir disfrutando de estas perlas inesperadas que, a decir verdad, desconozco si según los contextos me provocarían diferentes reacciones.
Suya,
Madame de Borge