Fakirraren ahotsa (La voz del faquir) es el connotativo título que Harkaitz Cano escogió para la biografía novelada de Imanol Larzabal. Cambiando algunos nombres (el del propio Imanol, en la novela apellidado Lurgain) y ficcionando o dramatizando determinadas situaciones, Cano reconstruye un personaje de la transición vasca y reflexiona sobre la capacidad social de la música, y, especialmente, sobre el peso de las decisiones libres ante los fanatismos. Imanol pertenece al no tan pequeño club de vascos perseguidos y encarcelados por el franquismo que luego fueron perseguidos por ETA. En su caso sucedió, a pesar de haber sido militante de la banda a finales de los años sesenta, por posicionarse en contra del asesinato de Yoyes en 1986. Sólo un año antes Imanol había cantado en Martutene y en los altavoces de su equipo de música se fugaron Sarrionaindia y Pikabea. Yoyes es otro de los personajes cuyo nombre se modifica en el libro: de Dolores González Cataraín a Lourdes Arakistain.
En un inicio, aparentemente, nada en Fakirraren ahotsa se antoja novedoso, pero todo está muy bien ejecutado y resulta por momentos conmovedor, gracias por un lado por el recuerdo del personaje, pero visto más de cerca resulta ser también a pesar del mismo, un hombre bastante desastre en su vida personal: manirroto (o demasiado generoso, si se prefiere), semialcohólico, incapaz de realizar el mínimo trámite, a los que tenía aversión, jamás abrió una cuenta corriente o se dio de alta en la Seguridad Social. Vivió la mítica del 68 en la comunidad artística española y latinoamericana de París, donde vivía exiliado, y donde su vocación de cantante encajaba en el movimiento de cantautores reivindicativos del momento. Amigo de Paco Ibáñez, Imanol siempre fue amable con todo aquel que le pidiera una actuación; cantó en iglesias, cárceles y mítines políticos de diferente signo. Y aunque en parte estas actitudes derivan de su idealismo crecido en los mágicos sesenta, parte de este carácter también entronca con una forma tópica de adanismo reconocible en un modo de ser (hombre) vasco. Para cuando Imanol, en un acto tan libre como ingenuo, se enfrenta a la izquierda abertzale, tiene 40 años, no tiene casa ni ahorros, sus conciertos desaparecen y sus discos dejan de venderse; empieza a ver su nombre dentro de dianas pintadas en las paredes de su pueblo, donde se le acercan los conocidos en los bares y le preguntan recurrentemente si sigue vivo, y sus amigos le acusan de estar siendo manipulado. Al rescatar su historia, Cano convierte a Imanol en el centro de un juego de traiciones; separado de su propia tradición cultural, recibe la solidaridad de un público y una audiencia que no son las suyas y con las que no conecta. Finalmente, se exilia de nuevo, pero, enfermo, muere en Orihuela sin llegar a los sesenta años.
La opción narrativa escogida por Cano me recuerda a las biografías de Jean Echenoz, aunque parta de una investigación tipo Ciudadano Kane. El tono es también ligero como en los acercamientos del novelista francés a Tesla o Ravel, pero aparenta mayor densidad emotiva, probablemente porque los hechos le son más cercanos a Cano que los de sus biografiados a Echenoz, y porque en cierto modo el hombre concreto en lucha contra un poder casi omnímodo lo exige. El libro lógicamente no se soportaría con una visión fanática: Imanol milita en ETA de manera convencida pero blanda, y se horroriza del uso de armas y literalmente aborrece los actos de los que fueran sus amigos de primera juventud. Y la versión del personaje no es sólo ésta: el libro tiene momentos muy conseguidos sobre el carácter creativo, sentimental e incluso transformador de la música y lo que significa para sus creadores e intérpretes, y dedica muchas páginas a los que fueron compañeros de giras y grabaciones, con un anecdotario rico que alcanza un capítulo cumbre en un bizarro viaje a la RDA.
Pero hay en Fakirraren ahotsa un capítulo que es un verdadero tesoro, un capítulo central especialmente destacable, apenas diez páginas en las que Cano describe el asesinato de Yoyes/Lourdes en la plaza de Ordizia en un juego de espejos con párrafos simétricos. La narración se acerca a la genialidad: en apenas unos párrafos y jugando formalmente con su organización, el autor da la vuelta al personaje de Imanol, a su cotidianeidad y relaciones, se sitúa a la mitad de su vida profesional, pero también en la mitad de lo que cronológicamente, es también la propia historia de ETA: para muchos fue el desenmascaramiento de su crueldad y punto de inflexión en su derivada (un año más tarde llegó el atentado de Hipercor). Me dieron ganas de aplaudir en el banco en releí el capítulo, pensando incluso si no se trataría de un error de imprenta. Todo ello, es importante decirlo, sin grandilocuencia y con las notas debidas del drama descrito, ya que Yoyes fue asesinada delante de su hijo de tres años.
¿He dicho error de imprenta? Sí, pero obviamente no lo es. El problema es mío, que llevo veinte años sin leer en euskera, aunque en mi juventud fuera lector de autores canónicos con Anjel Lertxundi, Bernardo Atxaga, o Ramon Saizarbitoria. Fakirraren ahotsa está lleno de diálogos en hika y de expresiones literarias que me obligaban a releer con frecuencia. Creo que la prueba ha sido superada y que seguiré con más lecturas en euskera, lo cual abre universos y neuronas (lo sé porque ya estuve ahí, pero la vida me arrastró fuera).
Inevitablemente, queda hablar del relato, al que esta novela contribuye. El autor asume y narra con naturalidad casi costumbrista la entrada de Imanol y sus amigos en ETA a finales de los sesenta, lo-que-se-hacía-en-los-sesenta-contra-Franco. Una lectura correcta en lo político cincuenta años después hablaría de blanqueo formal, pero eso en mi opinión es no entender la época ni al personaje protagonista, que después vive en silencio el ostracismo al que su propio mundo le somete tras la muerte de Yoyes, en una experiencia personal y solitaria que Imanol no es capaz de compartir emocionalmente incluso con los apoyos que entonces le surgen. La de Imanol es una tragedia no extraña en el País Vasco, perfectamente reconocible en los detalles locales, pero no alejada de una lectura general sobre el fin de los idealismos, la caída de la inocencia frente a la productividad y el consumismo (que aplican a la música, pero también al terror) y la incapacidad de madurez que con frecuencia afecta al genio.