Mary Wollstonecraft fue una mujer independiente que vivió entre 1759 y 1797; fue escritora y filósofa, tuvo dos hijas de hombres distintos, y murió días después de dar a luz a su hija pequeña, conocida más tarde como Mary Shelley y mundialmente famosa por escribir Frankenstein o el moderno Prometeo. La fama de Mary Wollstonecraft también fue relevante, y en gran parte ha llegado a nuestros días gracias a este libro que nos ocupa hoy, Vindicación de los derechos de la mujer, publicado en 1792, esto es, en pleno período revolucionario, y que sitúa a su autora como precursora o pionera del feminismo.
La principal batalla de Wollstonecraft coincide con la que hace poco reseñé en el libro sobre Concepción Arenal: la educación. La argumentación ya está cien años antes en Wollstonecraft, pero teñida del espíritu racionalista de la Ilustración francesa, en la que además la presencia de Dios es aún ineludible. Para Wollstonecraft no educar a las mujeres salvo en artes domésticas y de la seducción las convierte en personas degradadas y malditas, con problemas de salud física (pues se les negaba hacer ejercicio) y el desarrollo de formas perversas de relación y poder basadas en la superficialidad física. Además, esto aseguraba la infelicidad social y familiar, ya que pasado el tiempo y las pasiones, ¿qué talento podría desarrollar una mujer para asegurar su felicidad y prolongar una relación con su marido? Dios como argumento es habitual en esta discusión para Wollstonecraft, que apela a la creación de hombre y mujer por Dios para afirmar que no es posible que haya deseado que la mitad de su creación haya sido nacida menor en capacidades u objetivos, o bien ese Dios igual es más bien un demonio…
Son interesantes, por coyunturales en su contexto pero trasladables en cierta medida, algunas comparaciones que hace la autora respecto a la situación de las mujeres en su época: habla, por ejemplo, del ejército, en el que la soldadesca es adiestrada en no pensar, en obedecer, en no desarrollar la razón (lo que para Wollstonecraft viene a ser ir en contra de Dios) para cumplir los objetivos de los mandos. Es muy peculiar que también hable de los aristócratas (en general) como personas sin educación, ni siquiera práctica, de nada, y por ello fácilmente manipulables. Pero también admite (o reivindica) que muchos hombres viven sometidos a otros sin chistar como forma de apelarles a entender la situación a las que sus mujeres están sometidas.
Pero tal vez la argumentación más peculiar es la que parte de admitir la inferioridad de la mujer (la física al menos, sin rechazar que puedan existir otras) y pide confrontar si esto seguiría siendo así en caso de que la mujer accediera a la misma educación que el hombre. Y si eso fuera así se retractaría de sus peticiones… Este argumento parece que se ha empleado para decir que no puede afirmarse que Wollstonecraft sea feminista, ya que es contrario a la propia definición de feminismo, pero es más que explicable en un entorno sin tecnología y en el contexto del pensamiento de la Ilustración, donde se emplean argumentos que ya parecen de la Edad Contemporánea a la par que otros del Renacimiento e incluso anteriores. Así, Wollstonecraft reconoce la dignidad de las mujeres pobres, que le parecen más juiciosas en sus vidas y comportamientos que las de clases aristocráticas. Existe un discurso de clase embrionario con un combate particular contra la propiedad privada, a la que tilda de origen de todo mal, pero que se combina con una apreciación sobre el gusto de las personas sin educación por el adorno y vestido superficiales (frente a los supuestos misterios hijos de la racionalidad) en que, sin embargo, Wollstonecraft cae en criterios inevitablemente coloniales y que hoy llamaríamos aporofóbicos, y que conectan, por otro lado, con los movimientos feministas más pacatos según los que no hay visibilidad del cuerpo femenino sin cosificación.
Wollstonecraft también resulta especialmente lúcida al reconocer la existencia de Dios y la permanencia del alma porque aún no existían explicaciones racionales (digamos científicas) para muchas cosas del mundo. Es el único momento en que parece dudar de la existencia de Dios como algo que será inútil en un potencial futuro tecnológico. Finalmente, Wollstonecraft mantiene un discurso especialmente furibundo contra los libertinos, a los que considera pervertidos y fuente de dominio sobre la mujer porque perpetúan su educación para la sensualidad y no para la razón. La autora considera que su perversión es la más profunda que existe por el hecho de que sus criaturas explotadas pueden llegar al aborto (expresión que no usa), idea que le es absolutamente inconcebible. Por otro lado, sí realiza una crítica pionera y empoderadora a los hombres que hablan desde un principio y falacia de autoridad sobre las mujeres y su educación. Su objetivo principal es Rousseau, al que no obstante dice admirar por su buen juicio (razón por la que le molesta especialmente su opinión sobre la educación femenina). Parece imposible encontrar entre los pensadores contemporáneos y posteriores a Rousseau alguno que le aprecie. Leyendo los extractos que Wollstonecraft selecciona no es de extrañar.
Vindicación de los derechos de la mujer no es un libro sencillo. Wollstonecraft emplea frases largas con razonamientos prolijos y conceptos a veces paradójicos, pero a esta dificultad, procedente en parte del lenguaje ilustrado de la época, se añade la extraordinaria repetición de las ideas de los sucesivos capítulos sin un desarrollo inteligible en avance. Pareciera que todos los capítulos desarrollan el mismo argumentario y concepto con otra redacción en capítulos diferentes, de modo que existe una importante redundancia. Tal vez sea una especie de recopilación procedente de escritos independientes que se reunieron sin trabajo de edición adecuado. ¿Vale la pena de todos modos sobrellevar esto a cambio del placentero reconocimiento de un momento pionero para el feminismo y de un raciocinio dieciochesco de un convencimiento gigantesco? Yo voto sí, desde luego…