Aunque lógicamente se pueda practicar (y se hace) en solitario, el momento de la comida es una actividad colectiva de los seres humanos. En Occidente así se recoge incluso en las primeras obras literarias que forman parte de su tradición: en El banquete, de Platón, una comida social y, sobre todo, su posterior ‘sobremesa’, son la excusa para una discusión filosófica sobre el amor. Es un texto escrito hace 2.500 años… Posiblemente el acto de comer colectivamente es uno de los más antiguos y conservados en su esencia principal de la humanidad, y puede tanto tener un carácter meramente funcional (la alimentación es un acto necesario a diario) como utilizarse para una celebración, ser precisamente la forma de celebración, o ir conjunto a todo tipo de ritos. La comida puede constituir un lenguaje en sí misma, y ayuda a establecer o fortalecer relaciones amicales, profesionales y de parentesco.

La preparación de una comida para una celebración (una boda es el mayor ejemplo, pero puede tratarse de otros ritos o momentos de paso, como graduaciones, celebraciones religiosas, celebraciones familiares o profesionales en fechas destacadas como aniversarios o las Navidades) supone una serie de actividades paralelas que en algunos casos constituyen o proceden de categorías artísticas propias. La decoración de la mesa, los tipos de mantelería, vajilla y cubertería fortalecen la importancia de la comida como rito, y aportan sensaciones que potencian el efecto de la celebración e incluso del sabor de la comida a servir. En los casos de comidas y celebraciones más alternativas, se pueden usar estos elementos de manera anticonvencional (y en general con un coste sensiblemente menor): manteles corridos o inexistentes, vajilla y cristalería mezcladas, etc… Pero también así se subraya por oposición ‘orientalizante’ (según el concepto de Gerd Baumann) un carácter cultural propio de esa comida y celebración, más informal, irreverente o incluso pretendidamente antisistema.

En las celebraciones especialmente rituales, la disposición de los comensales es un aspecto relevante de la comida, y son indicativos de una jerarquía determinada en foros de mayor ejercicio de poder, o una muestra tácita de homenaje o respeto en celebraciones familiares o empresariales.

Los medios de transporte, la era de la industrialización y del mercado global, han potenciado también que personas de muy diferentes orígenes y culturas compartan mesa y observen cómo difieren sus costumbres. En el marco de los viajes internacionales este hecho sucede más por causa de los viajes de trabajo que por turismo, donde abunda más el hecho de comer con los acompañantes del viaje, personas de la misma cultura de origen en última instancia. Estas comidas de trabajo son una ocasión peculiar de intercambio cultural e incluso cohesión internacional, donde a la vez se interrelacionan las culturas empresariales o laborales junto con las gastronómicas, sin olvidar las lingüísticas necesarias para la conversación. En cierto modo, son herederas de la ancestral hospitalidad humana consistente en invitar al visitante a compartir la comida, dando lugar a experiencias y conocimientos peculiares desde el punto de vista del intercambio: yo mismo he comido con invitados chinos en un restaurante oriental de Bilbao, donde se servían preferentemente platos de aparente estilo japonés, en el que los invitados comenzaron a hablar en su idioma con los camareros, que resultaron ser de la misma etnia y región, para acabar preparando en cocina platos fuera de carta al estilo gastronómico del origen común de todos ellos, explicando además, con cierto desdén, que los platos que preparan a diario ‘están cocinados al gusto de los occidentales’.

Uno de los cambios culturales más relevantes de las sociedades actuales es la gran cantidad de personas que viven solas y que con frecuencia se ven obligadas a comer en solitario. El fenómeno no es local ni está inscrito sólo en Occidente, dado que en Japón es hace tiempo una práctica de vida por decisión propia entre jóvenes. La comida en solitario en semejante cantidad de hogares donde la familia está constituida por una única persona es una experiencia extendida en un grado que hace décadas no era tal. Estas personas están privadas de los beneficios psicológicos y sociales de la comensalidad, pero, aunque de manera recurrente falten otras personas a su mesa, se puede razonar que la cadena de valor que hemos visto convierte filosóficamente al acto de comer en un hecho compartido de manera necesaria: alguien extrajo ese alimento de la tierra, alguien lo preparó para poder ser enviado a la mesa del comensal, alguien lo almacenó, puso a la venta… Puede que sea un simple pensamiento de carácter consolador más que una reflexión ontológica, pero incluso comiendo en solitario es imposible que la comida deje de ser la culminación de un proceso colectivo, hoy en día probablemente de carácter global, y necesariamente humano en cada bocado.