El London Metal Exchange, LME, es decir, la Bolsa del Metal de Londres organiza anualmente una semana de celebraciones. El organismo en sí acoge una jornada matinal de conferencias variadas, y después, las diferentes empresas con grandes intereses en el negocio de los metales celebran sus propios actos, recepciones, cenas, etc… A esto se suma una cena de gala que las compañías ofrecen conjuntamente el martes de dicha semana. En 2008 la semana coincidió con los días en que el gobierno británico nacionalizó la banca de su país; es decir, Gordon Brown anunció un viernes la nacionalización de, por ejemplo, el Royal Bank of Scotland (RBS), ejecutó esa acción un lunes, y el martes, el RBS a través de su división de commodities, Sempra, organizó y pagó uno de los salones en la cena de gala que antes mencionaba para 700 invitados.

Las llamadas commodities podrían traducirse por mercancías, sin más, y hacen referencia a las grandes cantidades de cobre, aluminio, acero, u otros, que se intercambian bursátilmente, que se suponen tienen un reflejo en la presencia física de los metales en los almacenes del LME, y que se compran o venden sin más consideración. Cuando un cliente te dice que el producto (para él materia prima) que le estás vendiendo es una commodity, en general está despreciando (y puede que sin saberlo ni quererlo) el valor añadido o el componente técnico del mismo. Es decir, subraya que le da lo mismo vender un aluminio de unas características de composición u otras. La forma suele ser más importante: mientras que el lingote cotiza directamente en el LME, el polvo, por ejemplo, tiene un premium, una cantidad por encima de ese valor de cotización, que puede ser de 200 € a 1000 € más por tonelada, dependiendo de que, por ejemplo, contenga una fracción menos o más fina.
Este negocio arrastra por ello a mucha gente que en principio no tiene por qué saber nada de qué coño o para qué demonios sirve el cobre. Sin ir más lejos, en una cena tuve junto a mí a un responsable de commodities del Santander, alguien que nunca habla con cliente final, y que se dedica a… bueno, me lo explicó dos veces y en ninguna de ellas dos le entendí, tal vez porque el chico era críptico, tal vez porque me perdía en sus bonitos ojos oscuros de ejecutivo de treinta años afincado en Boadilla y con aspecto de saberse rey del mundo. A nosotros, no obstante, nos invitó un trader, un comerciante que en el mundo del metal generalmente compra en mercados difíciles (actualmente son de gran valor añadido en China, Rusia, Ucrania, los otros países del antiguo ámbito soviético) y vende en Occidente llevándose una comisión. Normalmente tienen almacenes con materiales en stock (un peligro en estos tiempos de volubilidad bursátil) en los puertos europeos (Rotterdam, claro) que pueden vender con un gran beneficio en situaciones de gran necesidad para el cliente. Uno de nuestros traders de toda la vida, una empresa inglesa con la que apenas trabajamos desde que tenemos contacto directo con proveedores chinos y rusos, nos invitaba continuamente y siempre rechazábamos ir, pero este año fueron muy insistentes; también es cierto que nos visitaron en julio y quedaron encantados del programa sociogastronómico que les montamos a pesar de no haberles comprado sino un único container de veinte toneladas este año. A Londres pues fuimos, coincidiendo todo ello con mi cuadragésimo cumpleaños, sí.

El caso es que el LME celebraba un año de negocios en pleno varapalo financiero, en el que, según nos dijeron, la alegría era menor que otros años, pero no por ello debía dejarse de celebrar un año de trabajo por, para y en la riqueza. Y nuestra pequeña empresa allí que fue, dos personas dos: su humilde narrador, técnico perdido en terrenos financieros, y la directora de compras, a la que llamaremos M (ni es vampiro ni trabaja con Bond, sorry). Nuestra primera sorpresa vino con el modesto alojamiento solicitado en el humilde barrio de Mayfair, junto a Marble Arch y Hyde Park, y cercano del Grosvenor House Hotel, donde se celebraba la cena principal de la semana. El Grosvenor House Hotel resulta ser un lugar prohibitivo (a 320 libras la noche), por lo que recurrimos a un hotel ‘barato’ del mismo barrio, aunque no en primera línea del parque, que ofrecía sus servicios de habitación single por 190 libras la noche. Al llegar no obstante bastante pronto, nos cambiaron las dos habitaciones por un apartamento de lujo por el mismo precio total; se trataba de un sótano en que había dos habitaciones cada uno con su baño y elegante cocina a la que se accede por escaleras descendentes que procedían de un salón de cuarenta metros cuadrados localizado en el basement. Sofás elegantes, muebles clásicos, y sitio para que pudieran bailar, caso de ser necesario, unas diez parejas. Dejaban publicidad de inmobiliarias sobre las mesitas del salón (el millón de libras por apartamento era un precio estándar). El apartamento se encontraba en entrada aparte del hotel, en una elegante casa de las que hacen estilo en Londres. ¿Y por qué hicieron este cambio? ¿Porque llegamos pronto, porque desprendíamos glamour con nuestra mirada, porque quieren en Londres a los españoles más que a los yanquis? Pues ni idea, pero sólo tuvimos tiempo de lamentar el poco tiempo que íbamos a pasar en tamaños aposentos, ya que tras desempacar comenzamos el trajín de taxis y recepciones. Más allá de salones con sus tristes stands de feria, y de alguna que otra recepción sosa en que sólo recogíamos catálogos y bebíamos una copa de champagne, destacan entre tales actos…
(…continuará)
Viaje realizado en octubre de 2008 (etapa i de iii)
Distancia Laguna negra – Londres: 1.516 km

3 comentarios en “Algo tan del gusto de los anglosajones que no volveré a hacer (i/iii)”

  1. Me ha encantado lo que cuentas de la Bolsa del Metal de Londres y he quedado con ganas de saber más, sobre todo de como ha influido la situación actual en el funcionamiento auque, siendo ingleses, se las arreglan para mantener siempre sus propias dinámicas y protocolos.

    El apartamento tenía buena pinta, lástima que dos días no dan para mucho.

  2. yo no creo que en su funcionamiento haya influido en exceso la crisis, pero tampoco tengo más datos, la verdad. Los metales tampoco se comportan como el resto de acciones en bolsa, aunque eso no signifique que no haya, obviamente, especulación. Ahora, hay que quitarse esa idea de que los metales no bajan de precio en la bolsa. Es una idea común con el oro, pero también baja de vez en cuando.

    el apartamento estaba estupendo. Eso sí, como inglaterra que es, había moqueta en la cocina…

    gracias!!

  3. Bueno, el acero tuvo su recorrido, pero en el problema de fondo estaba la gestión… y sus indicadores.

    ¿Moqueta en la cocina? ¡Santo dios! 😛

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