Queridas Madames,

Sinceramente, para mi sorpresa, noto una perturbación en el pasado que ve el futuro. Y me explico:

Yo ya sabía que Marcel era un autor a caballo. Y no me refiero a sus paseos subido a un equino por los campos de Balbec, que alguno da para mi sorpresa cuando lo lógico hubiera sido que sintiera un temor atroz ante seres de ese peso que además relinchan y responden a estímulos tan inapropiados como un terrón de azúcar. Sino a que estructura su obra en dicotomías. Nada que no hayamos hablado en nuestras tertulias, que si me voy por Guermantes o por Meseglise, que si prefiero las fiestas burguesas de Verdurin o las aristócratas de Guermantes, que si me decido por Gilberta o por Albertina. La tentación de ponerle a caballo entre los novelistas realistas del siglo XIX y los psicologistas del XX es grande. No es un innovador formalista como Joyce ni como Rimbaud, pero la introspección del yo es fundamental en su obra.

Pues bien, en Sodoma y Gomorra me encuentro con bonitas alusiones a un futuro técnico y económico ante las cuales Marcel parece… no sé si perdido o despechado, pero desde luego un tanto fuera del mundo. Los terribles coches eléctricos, gigante de las botas de siete leguas, le vienen estupendo para llegar a las fiestas de Mme. Verdurin, pero le acercan tanto los pueblos que le llegan a igualar los paisajes, de modo que no tiene tiempo suficiente para su habitual somatización emocional del recuerdo en los lugares por los que pasa. Y aparecen personas (entiéndase, hombres de sociedad no baja) que trabajan en cosas no como preparar guerras, atender la confesión de las mujeres, o mantener el porche para las visitas, sino en informes, cifras, datos, acciones de bolsa…

Sutiles apuntes, Madames, que dan idea de que el mundo definitivamente cambiaba. Que, en este caso, no habrá posibilidad de escoger camino, sino que este vendrá impuesto. Y no dice qué vendrá con él, pero debo intuir que será el olvido, claro.

Seguiremos informando.

Suya,
Madame de Borge