La relación de varias personas de mi entorno con el hecho de conocer que me había afiliado a un partido político, cosa que hice en 2015, es particular. Algunas personas, al enterarse por otros medios o porque se lo conté, lo preguntan, extrañadas, confusas incluso ante la opción escogida (PSOE). Otras no lo preguntan; ven que tuiteas noticias u opiniones políticas, o incluso te ven en una lista electoral que les ha llegado a casa antes de una votación, pero lo ocultan de la conversación. A aquellos que lo preguntaron y para los que hubo tiempo e interés, les pude responder, espero, satisfactoriamente. A los que no, les dejo esta entrada, que así podré recuperar cuando surja el tema, o cuando necesite recordármelo a mí mismo.

Me afilié al PSOE antes de las elecciones generales de diciembre de 2015, que son las primeras que desde 1982 modifican de manera significativa el paisaje político español por primera vez. Lo hice cuando Podemos ya existía, y era en aquel momento la formación que parecía aglutinar las simpatías de la mayoría de personas de mis círculos habituales. Al hacerlo recordaba una novela de Eduardo Mendicutti, California, dedicada a glosar las militancias tardías. En California el protagonista era un joven homosexual de vida hedonista y descomprometida que al llegar a la madurez siente la necesidad del compromiso ante determinadas injusticias observadas, y resuelve en su edificio de valores que ha vivido una vida al revés, negándose al compromiso político y social en la juventud donde el prurito solía (en su generación) ser mayor, y cambiando las tortas con los años.

Mi reflexión de todos modos era otra: si he llegado tarde a las diferentes militancias (incluida la LGTBI, que era la principal en California), creo que se debe en parte a que las inquietudes activistas en el País Vasco durante años solían con frecuencia implicar asociarse a movimientos cercanos o controlados por la izquierda abertzale, que canalizaba y polarizaba las iniciativas de militancia que podríamos considerar izquierdista. Y aunque había lógicamente iniciativas fuera del entorno, su espacio y capacidad parecían menores. El miedo en mi caso también tenía su peso, en momentos en que la supervivencia anuló también mi conciencia al respecto.

Cuando llega 2005 y el gobierno de Zapatero modifica la ley para que el matrimonio y la adopción sean igualitarios sufro un replanteamiento fundamental de mis posiciones. Mi tradición personal daba históricamente mis simpatías a Euskadiko Ezkerra, pero fui uno de aquellos simpatizantes y votantes que en 1993, cuando se produce la fusión entre PSE y EE, lo entendimos más como una fusión de cuadros que de bases, y nos movimos en masa a Ezker Batua, que empezó a reproducir como un calco los resultados electorales que tenía antes EE. Ezker Batua llegó al Gobierno Vasco, pero no supo sobrevivir; mi experiencia personal no fue buena tampoco. Y el PSOE, ese partido nacional, aprobaba algo que nunca habría imaginado, con unas consecuencias de alcance mundial (que un país católico tradicionalmente visto como religioso y conservador fuera uno de los primeros en aprobar el matrimonio igualitario tuvo que ser un shock para sociedades pretendidamente más avanzadas que lo hicieron más tarde), y que sin duda cambiaba mi vida personal de manera radical.

El segundo cambio radical se produce con el fin de la actividad armada de ETA en 2011. El país estaba ya sumido en lo más profundo de la crisis económica y el futuro político de Zapatero era ya sabidamente nulo: ni siquiera se presentaba a las nuevas elecciones generales. El fin de ETA no tiene un único responsable y su resolución histórica es necesariamente compleja; dentro de esa complejidad es difícil pensar en que se pudiera haber dado sin los tres años largos de Gobierno Vasco de Patxi López en que sucedió. No es sólo la madeja de complicidades que necesitaron los gobiernos y las sociedades vasca y española para aquel momento de catarsis pausada, sino la habilidad política y gestual de la gestión del momento. Su calado político fue casi ninguneado ante el huracán económico que vivíamos, pero tal vez ese alejamiento del foco fuera una ayuda histórica. Nadie en el País Vasco, creo, puede afirmar conscientemente que su vida no cambiara en 2011.

Bien, vale, dos cambios radicales que alivian la vida y puedes sentir de manera personal, pero, aun así, algunas personas me han negado que hayan sido ideológicamente socialdemócratas como para una cierta forma de agradecimiento acabe en militancia ya que, ‘¡qué demonios, Goio! ¡Es el signo de los tiempos! ¡En algún momento tenía que pasar y sólo premias una casualidad!’ Aunque discrepo y creo que hay materia suficiente para discutir esto, en esta entrada sentimental interviene la segunda palabra del título de esta entrada: tarde. Tarde en la vida, lo suficiente para entender los resultados de la hoja de servicio de la socialdemocracia sin caer en los lugares comunes respecto a la necesidad de la militancia: tanto los que afirman que con la juventud se pierde necesariamente radicalidad (diría que mucha gente puede afirmar lo contrario en la España surgida del 15M) como los escépticos que afirman que ya son perros viejos para que les engañen con nada.

Y todo ello me llevó. La política, al nivel local en que modestamente puedo practicarla, resulta apasionante, divertida, tan peculiar en la observación humana… El PSOE es además una organización acogedora, no sólo en el sentido habitual, sino que su propia historia tiene terrenos donde quedarse, mirar y estudiar una importante porción de país; ventajas probablemente de ser tan viejo y haber estado prácticamente siempre ahí. Pero la política, también, es hoy un tren desbocado, es imposible seguirla en el comentario rápido, al menos en este modo explicativo. Twitter es un altavoz de excesos del momento, donde el abismo de la inmediatez sustenta el comentario brillante (en el mejor de los casos, el insulto en el peor) y niega la reflexión. Veremos.

Tomás Meabe por Alberto Arrúe. Museo de BB.AA. de Bilbao

 

 

 

 

 

 

 

 

 

2 comentarios en “Militar. Tarde.”

  1. Con lo de «militar» me llevé un susto, pensé que habías cambiado de profesión 😉 Respecto a la segunda parte del título, yo le pondría interrogaciones, porque ¿tarde con respecto a qué? Sí, ya sé que lo explicas en el post, pero eso es colocarse en un marco de referencia externo. Cuando me lo contaste me alegré por ti, porque es el tipo de decisiones que se toman desde la madurez y la ilusión. A mí no me chocó, pero lo cierto es que tampoco sabía si eras militante o no en algún partido y es que en realidad prefiero relacionarme con las personas por lo que son y no que se definan a priori por una militancia.
    En fin, que me alegro. Me ha gustado el post y el blog, que aun no había pasado por aquí desde que me comentaste que andabas en ello. Y sí, lo local es un buen ámbito de actuación.
    Por cierto, no te olvides de que tenemos un skype pendiente. Feliz verano… y vacaciones, si es el caso 🙂

    1. Gracias por leer y comentar, Isabel. En efecto, estaba de vacaciones y he preferido regresar y tener un momento delante de una pantalla ‘honesta’ para responder.
      Si hago introspección, hay un punto de arrogancia en el ‘tarde’, desde luego, porque lo que dice el lugar común -el famoso nunca es tarde- resulta sorprendentemente real a menudo. Es tarde en la vida porque los años ya son legión y porque mucha gente hace el viaje muchos años antes. Cierto es que las alforjas son diferentes, también las expectativas, y también, probablemente, la calidad de la ilusión que mencionas. Puede ser reivindicable, lo hago así porque en cierto modo me compete a mí hacerlo así, pero también se me ocurren argumentos para haberlo hecho antes, je. Pero que se los curre otro más joven, eso sí 😉

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