Este best seller de Yuval Noah Harari publicado en 2017, tras su anterior exitazo Sapiens, se inicia declarando que el tiempo de las guerras, las pestes y el hambre ha sido superado por la humanidad. Esta declaración es excelente a la luz de los acontecimientos posteriores de 2020 a 2022, ya que el momento actual apela de manera directa a la argumentación que el autor pueda emplear y ver si resiste semejante envite. Para Harari estos fenómenos siguen existiendo (recordemos que vive en Israel), pero entran en una categoría de retos manejables. Su desaparición de la preocupación diaria de la mayor parte de la humanidad genera un vacío, que es necesario llenar, para Harari mediante tres estrategias principales: superar la muerte, el derecho a la felicidad, y conseguir una nueva divinidad inorgánica. Para Harari no es posible echar el freno a estas tendencias, a pesar de las asimetrías sociales que supondrán que sólo sean accesibles para privilegiados, y para ello se basa en su aplicación del conocimiento de las tendencias históricas (especialidad real del autor) de la humanidad. La diferencia de este momento, para Harari, es que en esta ocasión los avances de una élite no van a conducir a una democratización con los años de los avances tecnológicos (lo que ha ido sucediendo en otros momentos de la Historia, aunque de modo a veces traumático), sino a una superación del humanismo como ideología.
Las ideas recogidas hasta ahora completan la brillante introducción de Homo Deus, un libro que el autor califica de prognosis en lugar de diagnosis, pero para cuya especulación ha utilizado una importante cantidad de lecturas científicas sobre tecnología, biología y neurociencias. A partir de la introducción, la lectura empieza a tener algunos de los problemas de Sapiens, incluso potenciados precisamente por su mayor carga de especulación: la simplificación histórica, la falta de matices y detalles profundos de situaciones complejas, o el desarrollo de discurso en favor de algunas ideas personales. Un ejemplo: según Harari, si las nuevas élites alcanzan una amortalidad inorgánica, o si la inteligencia artificial (IA) desarrolla conciencia/mente y es hábil para dominar al hombre, este quedará reducido a un organismo biológico esclavizado para cuya representación Harari emplea la comparación con el trato actual a los animales. Harari es vegetariano y animalista, lo que está muy bien, pero parece que en vez de este ejemplo (que también dispone de páginas en Sapiens) ya existen suficientes casos de esclavitud propiamente humana en la Historia en que poder fijarse. Otro ejemplo probablemente peor, dado que hablamos de un historiador, es la simplificación entre liberalismo y comunismo como sistemas políticos y filosóficos que han dominado el mundo desde la Segunda Guerra Mundial, un esquema exclusivamente confrontacional que obvia todos los reformismos progresistas ya presentes en el siglo XIX (recordemos el socialismo utópico, el programa de Gotha, que Marx criticara, o a Gramsci distinguiendo que lo adecuado para Europa occidental era una “guerra de posiciones”, ganando poco a poco terreno en la sociedad civil y hasta en la política, mientras que en la oriental, como en Rusia con los bolcheviques, era la “guerra de movimiento”, es decir, el asalto frontal a las instituciones opresoras). Harari no exige en su análisis esta premisa de reformismo. Y no quiere considerar, y es explícito en ello, a los sistemas dictatoriales o teocráticos como participantes activos de la ciencia y la tecnología que definirán el mundo; pero esto parece cuando menos matizable y sólo muy simplonamente resumible en esa dicotomía filosófica. Pero lo cierto es que esto parece parte del estilo de Harari: una aproximación divulgativa simplificada que entrevé conocimiento y visión, pero se refugia en un juego de visión conjunta que deja tal vez demasiado lastre atrás.
Su frase resumen de los avances tecnológicos que definirán la especia humana es los organismos son algoritmos, deudora de la tecnología hoy dominante (el autor recuerda que en otros tiempos los organismos se definieron de acuerdo a otras tecnologías, y se veían como máquinas o como coches), pero el salto a lo inorgánico supondrá un cambio esencial al desgajarnos definitivamente de lo orgánico/biológico. El materialismo de Harari es extremo; ya en Sapiens afirmaba que todo lo no biológico o físico formaba parte de una ficción cuyo relato permitía a los humanos cooperar y confiar en otros a pesar de no conocerlos. Esas ficciones incluyen los países, las ideologías, el dinero, el crédito y los bancos, las empresas, y, por supuesto, las religiones; de hecho, Harari prefiere resumir como religiones a todas estas ficciones, como relatos necesarios para convencer a los humanos dado que estos están diseñados según algoritmos que producen emociones que en un pasado (de hambre, peste y guerra) sirvieron a la especie para sobrevivir. Pero, si los organismos son algoritmos, éstos son descifrables y programables, y es cuestión de tiempo y tecnología que se conozcan los mecanismos de las emociones, y que esto termine con la ensoñación actual de existencia de libertad (Harari la desprecia de facto al definirla como una combinación de fenómenos deterministas y aleatorios, acercándose a las teorías conductistas de B. F. Skinner que ya mencionara Shoshana Zuboff en su trabajo sobre el capitalismo de la vigilancia), con el humanismo como filosofía, y, por supuesto, con el liberalismo político y económico dominantes.
La parte central de Homo Deus resulta menos interesante, de nuevo debido a las simplificaciones de ecuaciones o los conflictos de pura ingenuidad que plantea entre juicios éticos y declaraciones fácticas para estudiar el modo en que las religiones (recordemos que son todas las ficciones e ideologías del mundo) están siendo dominadas o vampirizadas por la ciencia y el capitalismo, y cómo el humanismo ha triunfado -con sus variantes liberal y comunista- como nueva religión global desde el siglo XIX hasta ahora. Los ejemplos concretos un poco banales y los históricos procedentes del cambio de percepción del valor del hombre concreto son múltiples en esta sección, que va poco a poco describiendo las confusiones que la IA, su desarrollo y su potencial, añade a la contemporaneidad, incluyendo el debate relevante sobre si es necesaria la disposición de conciencia o inteligencia para que la IA se desarrolle por sí misma o no. Algoritmos que juegan al ajedrez, que imitan sin distinción a Bach, o detectan cánceres donde los médicos no lo hicieron… la tendencia demuestra que los algoritmos inorgánicos acabarán haciéndolo mejor que los orgánicos, los superarán, y crearán una enorme masa de humanos ociosos o inútiles, y una casta privilegiada de humanos mejorados.
Harari acaba pronosticando una religión nueva: el dataísmo, la religión de los datos, capaz de interpretar incluso la Historia humana, su variedad, conexiones y libertad de movimiento en términos de procesadores de datos. Se interroga por el futuro de esta religión nueva dada su orientación exclusiva a decisiones, que no siempre es lo más esperable o necesitado en la vida humana -y quién sabe si la especie reaccionará de algún modo inesperado-. Son probablemente las últimas ideas casi brillantes de un libro interesante y especulativo, en cuya simplicidad de exposición se encuentra su gran valor de venta (que es un trabajo complejo también a conseguir), pero que causa perplejidad por ello mismo al especialista y al pensador. Harari además apunta alto, pues desdeña la filosofía (que explica por otro lado buena parte de las aproximaciones al pensamiento que realiza) e incluso a autores cientificistas que se proclaman liberales como Pinker o Dawkins (imagino que lo haría también con Zuboff). El libro ya anuncia pronto que en realidad no proporciona respuestas, porque aún no existen, y su inventario de tecnologías que cambiarán el mundo tiene cierta inconexión probablemente característica del propio mundo y a pesar de su esfuerzo homologador. ¿Veremos si le asiste la razón y en qué? ¿Seremos libres y conscientes cuando suceda?