Isaac Asimov fue un escritor prolífico y, aunque es conocido sobre todo por su obra de ciencia ficción, fue también un reconocido autor de libros de Historia, que publicaba bajo un epígrafe tan personalista como Historia Universal Asimov. A esta colección cuyo conjunto de obras impresiona (especialmente si se considera el inabarcable conjunto de obras y actividades que realizaba Asimov en su vida) pertenece este volumen: Los griegos. Una gran aventura, que compré después de mi primer viaje a Grecia, algo tardío en la vida, pero que a pesar de tener un origen laboral tuvo la oportunidad de visitar brevemente la antigua Atenas (Acrópolis y Ágora) y la cercana isla de Egina. Y, bueno, una experiencia tan breve, tan poco preparada, sin documentación viajera, resultó ser impactante. Aunque tarde, aunque obviamente ya arrastrara mis lecturas y conocimientos sobre la vieja Grecia, que en mí no se produjera el diletante efecto de la desolación que las ruinas tienen en algunos estetas victimistas, me impulsó a leer más. Buscando una Historia de Grecia asumible en tamaño y seriedad me encontré con que el mejor volumen en librerías era el de Asimov. ¿Asimov? Hacía más de treinta años que no leía a Asimov, cuando creo que en uno o dos años me devoré los libros de la Fundación, los relatos de robots, y la ciencia ficción que cayó en mis manos.
La Historia de Asimov se centra completamente en el objeto definido su título: los griegos. Qué les dio origen y hasta cuándo su cultura fue hegemónica; los pueblos que la heredaron, e incluso su estado actual. Los años gloriosos de Atenas, Tebas, Esparta, Alejandro y el periodo helenístico ocupan el mayor volumen de páginas, dedicado especialmente a la historia política y a las numerosas confrontaciones internas y externas que acompañaron a sus periodos de formación, de esplendor, y de decadencia. Tan inevitable es este poso que Asimov cierra el libro en los años sesenta del pasado siglo con el conflicto chipriota.
No es que el autor no reconozca el peso de las demás características de la civilización griega: el desarrollo filosófico, la aparición de la democracia frente a las monarquías (incluso las diarquías, como la espartana), y los avances científicos forman parte del libro, junto con el peso del mito confundido con la Historia, o las cuestiones económicas y sociales, aunque estas últimas aparecen relacionadas generalmente con las decisiones de carácter militar debido a las políticas expansivas que las polis podían necesitar para asegurar sus suministros o su comercio. Pero el eje principal del libro es político-militar, y la continuidad casi interminable de luchas legendarias que conocemos o nos resultan familiares (Troya, Maratón, Termópilas, Salamina, y un larguísimo etcétera).
Asimov lo asume con un ritmo implacable y una capacidad de resumen y simplificación tan efectivos como deslumbrantes. El efecto hipnótico de las sucesiones militares se va enriqueciendo con explicaciones sociales y culturales variadas. Asimov disfruta especialmente las lingüísticas, las que han permanecido en las lenguas que hablamos hoy (y no sólo las muy conocidas, como platónico o pírrico, sino otras que al menos yo tenía olvidadas o que nunca relacioné con un origen griego, como sibarita, lacónico, mausoleo, draconiano u ostracismo). Además, tiene un encanto particular en la descripción de episodios bizarros, en un anecdotario fascinante que ayuda a construir en el lector un corpus por el que sentirse irremediablemente atraído. Hay muchos ejemplos: de la derrota de Sibaris a mano de Cretona a la interpretación correcta del oráculo de Delfos sobre la última muralla de madera que defendería Atenas de los persas; de la aversión de los espartanos sentían por el mar, el comercio, y por cualquier forma de progreso, a la emancipación de la falange tebana y la posterior falange macedonia que les derrotaron. Y un etcétera inmenso.
Asimov, obviamente, elude entrar en profundidad en la historia del pensamiento y, sobre todo, del arte griegos, así como en la descripción de usos y costumbres. De todos hay pinceladas, puede pensarse que suficientes para alimentar el eje principal de la historia, pero son escasas para mi gusto y búsqueda. Obviamente, esto tendré que hacerlo en otros libros. No hay por supuesto mención alguna a las relaciones entre hombres, aunque se describan varios episodios en que fueron determinantes.
Así, este libro me deja una sensación peculiar: Asimov asume en un determinado pasaje (la batalla de Maratón), que la potencial destrucción de Atenas en ese momento habría sido letal para el progreso occidental, como lo conocemos, incluso aunque otros griegos, especialmente los espartanos, hubieran resistido. Esparta tenía capacidad para ello, lo habría hecho, pero era una dictadura militar de marcado carácter esclavista por encima del que ya era propio a las demás polis, y ‘no tenía nada que ofrecer al mundo’, a diferencia de lo que Atenas nos tenía reservado. Sin embargo, Asimov centra su libro en el discurrir continuo de lo militar de los griegos, y esa ‘oferta al mundo’ es sólo un aderezo apenas vislumbrable en su narración. Hay un valor de interpretación histórica que se intuye bajo el mecanismo al que sucumbe Asimov: para defender la cultura, el conocimiento, las formas de vida no tiránicas, la libertad en última instancia, se necesita una (fascinante, narrable, dramática) espada fuerte que defienda tu templo de los enemigos exteriores. Fuerte, bien llevada, inteligente y decidida: sin una guardia militar no hay libertad verdadera. Me parece que en el fondo, a pesar de su carácter guerrero –que también era obligado-, no era ésta la inigualable y distintiva ‘oferta al mundo’ que tenían los atenienses, los griegos, que darnos. Al propio Asimov le pueden los hechos más que las, por otro lado excelentes, palabras.