Sólo lo difícil es estimulante, dice, en una famosa sentencia, José Lezama Lima. Su libro estrella, Paradiso, publicado en 1966, una de las joyas del boom latinoamericano, y cuyo barroquismo y contenido homosexual le condenaron al ostracismo en Cuba, es, desde luego, difícil. O difícil en muchos tramos. También es estimulante, sí, y divertido, y muy bello e imaginativo.
Paradiso es un libro autobiográfico. Cuenta la vida de José Cemí (trasunto del autor) y sus antepasados, en una saga familiar no estrictamente cronológica que evoluciona más o menos desde la infancia a la juventud de Cemí. Con los nombres modificados, los pasajes son los mismos o muy similares, según afirma la hermana del autor en las notas a pie de página y en el prólogo de esta edición.
Lezama Lima, que como literato fue poeta antes que novelista, escribe con un manierismo desatado, donde toda frase encierra una, dos, o las metáforas que hagan falta, de manera multirreferencial, y con un bagaje cultural enorme, que incorpora un conocimiento profundo de la cultura grecorromana, de la filosofía y literatura occidentales, de las religiones orientales, del Evangelio, y de las tradiciones mágicas y santeras del Caribe. Todo este bullir de elementos explota en unas páginas donde en muchas ocasiones los hechos son lo de menos, y la belleza de las expresiones literarias, su ritmo, la expresividad de las imágenes evocadas, o la enorme creatividad connotativa asombran el lector. Paradiso es bastante inabarcable, y el lector puede abrumarse ante ello. Aunque Lezama Lima afirmaba que para comprender no hacía falta entender, y que Paradiso podía seguirse en su conjunto sin que cada frase tuviera que ser comprendida o interpretada, el lector debe aportar cierta suspensión no ya de la realidad sino de su experiencia lectora habitual para poder continuar, y poder también seguir disfrutando. No es sólo cuestión de cultura o de manierismo estilístico, sino de que Paradiso usa modismos y metáforas propias de la familia Lezama Lima, también locales e incluso ideas personales que envuelven en una capa de escritura nueva al texto y se escapan al exégeta más avezado (que los tuvo, como Julio Cortázar). Así, los primeros capítulos, dedicados sobre todo al Cemí niño, son un rico paraje surreal, donde el lector mira asombrado lo incomprensible de la vida. Con la adolescencia y el entendimiento de las relaciones familiares, el fulgor mágico se apaga, hasta llegar al Capítulo VIII, que, por lo que he visto, es famosísimo por sus descripciones fálicas, que abren la puerta nada menos que a tres capítulos sorprendentes que describen y discuten la condición homosexual. Poco a poco, cada cierto número de capítulos, se va produciendo una muerte en la familia de Cemí: el padre, el tío… y, al final del Capítulo XI, la abuela Doña Augusta. La conmoción de la muerte de la matriarca paraliza tanto la vida como la acción. Quedan tres alucinados capítulos de exacerbación poética y episodios históricos, ya impenetrables, con detención del tiempo y apenas un personaje conductor prácticamente nuevo, Oppiano Licario, a quien Lezama Lima dedicó su novela inconclusa continuación y explicación de los cabos sueltos de Paradiso.
Paradiso es una novela archicomentada. A ello ayudan tanto el ser admirada muchísimo por el conjunto de escritores del boom como la propia personalidad de José Lezama Lima, un hombre aparentemente bonachón y tranquilo, de inquietud y pasión culturales irrefrenables, bon-vivant y resignado, que no quiso a su edad aceptar el exilio y abandonar su hogar y los referentes que abundan en su Paradiso, aceptando así las imposiciones del régimen. Es también uno de los libros más difíciles que me he encontrado, al nivel de Ferdydurke, Ulises, o Las Olas, por poner uno de lectura reciente. Su complejo y riquísimo barroquismo excede a otros del boom (en mi opinión supera por mucho incluso al de Carpentier), sus relaciones entre imágenes paralelas son gozosísimas cuando se conocen los resortes que abren sus puertas; si no, forman parte de un continuo que cuando destella es disfrutable pero supone un reto sin fin. He leído, y el propio Lezama Lima hizo referencia a ello, comparaciones con Marcel Proust. No son pocos los paralelismos: Cemí es un heterosexual trasunto de un autor homosexual armarizado, o discreto, si preferimos. Es la historia de una familia y sus allegados principales, con grandes apuntes del pasado familiar. El protagonista tiene una relación especial con la madre. Se realizan discusiones intelectuales sobre las relaciones homosexuales y su sentido, hoy día superadas y trasladadas a otros conceptos y ámbitos en lo LGTBI. Pero, como dice Lezama Lima, el tema de Proust es el tiempo, y el mío es la imagen. Sí, bien, por supuesto, pero a ambos les resulta imposible esquivar el peso de la represión de su orientación sexual al expresarse. Para ambos caracteres creativos, el retraimiento a lo familiar es también el miedo al exterior, o, cuando menos, a la narración directa de su pulsión, y, así, tanto en Lezama Lima como en Proust, nos encontramos con una obra maestra de la literatura analizada desde mil perspectivas pero incomprensible sin un punto de vista gay social, político y cultural, para una comprensión íntima y completa. Obviamente, los exégetas (y Paradiso es Biblia), no entran en ello, al menos en los principales análisis en la red. No al menos como causa principal del manierismo, de la búsqueda del subterfugio parabólico, de la necesidad de las mil historias imposibles que disfracen, que limpien, que desvíen la atención de la eterna mancha homosexual que el autor no puede compartir de manera directa (aunque quiere) pero que persiste, y perdura, y, en contra de lo esperado, resulta ser lo más definitivo. Lezama Lima podría haber huido de Cuba, pero no de esto.
Entiéndase: no es, ¡faltaría más!, un reproche al autor o autores (puede incluirse a Mann entre estos grandes sufridores, incluso un tanto a Lorca, menos a Wilde, mucho menos a Rimbaud), es más bien un reproche a la crítica cultural mojigata de las élites capaces de lidiar con Paradiso. Que habría sido diferente de ser realmente su autor un hombre no mediatizado por las represiones de su tiempo. Preguntarse cómo habría sido la literatura de estos grandes nombres en tiempos más permisivos no es lícito. ¿Tal vez poder ser explícitos les habría paralizado el genio? Nadie lo sabe, pero sus obras habrían sido diferentes, claro, más allá de la distancia temporal. Un universo de obras distinto, con quién sabe qué resultados, maravilla de lo especulable, realismo no tan mágico.