Disturbios en Londres en 2011, foto de Peter Macdiarmid vía The Atlantic

 

El testimonio directo en el discurso público de quienes participan o sufren anónimamente en la Historia no es nuevo, pero tampoco una larga tradición: en el siglo XIX dar testimonio todavía era inalcanzable para las masas, que generalmente congregan el dolor de la Historia. Pero en el siglo XX los soldados ya saben escribir cartas y sus familiares leerlas, y los medios de comunicación se masifican y en su búsqueda de historias deciden que las de los olvidados de la Historia también pueden ser interesantes y hacer vender más ejemplares o más publicidad. Más recientemente, las clases medias empiezan a ser más abundantes y su educación básica y universitaria les permite reclamar su parte del relato, o la de sus padres y abuelos iletrados.

No cuesta mucho encontrar ejemplos literarios de esto. En España, el libro Voces de la trinchera, de James Matthews, recoge fragmentos de cartas enviadas por soldados del Ejército Popular de la República a sus seres queridos en la retaguardia, descubriendo la experiencia bélica de los combatientes. Historia oral de la segunda guerra mundial, de Richard Holmes, partía de grabaciones de testimonios de casi 300 personas, algunas de ellas protagonistas importantes de la guerra, pero otros simplemente aviadores británicos o niños de las Juventudes Hitlerianas que lucharon en los últimos días antes de la caída de Berlín. O el libro de la Premio Nobel Svetlana Aleksievich titulado Voces de Chernóbil, que, en sus escritos sobre los desastres del final de la era soviética, emplea una técnica periodístico-literaria que recoge conversaciones personales mantenidas con testigos de determinados acontecimientos (la caída del comunismo, la invasión de Afganistán, el accidente nuclear de Chernóbil) y a partir de ahí construye una visión propia del asunto bajo estudio, aunque sin abandonar nunca la voz de los protagonistas directos.

Estos libros recogen historias de vida, en las que el esfuerzo de la documentación incluye seguimiento y obtención de testimonios. Para algunos críticos o historiadores, como recoge Eva Prado, de la Universidad de Buenos Aires, los relatos de vida y la memorialización pueden provocar discursos nostálgicos y sacralizados y el testimonio convertirse en fetiche. Pero, por otro lado, estos métodos han encontrado legitimación como estrategias privilegiadas para el estudio de lo social. El profesor Franco Ferrarotti expone que ‘el hombre no es un dato sino un proceso, el cual actúa en forma creativa en su mundo cotidiano, es decir, lo social implica una historicidad. Un segundo argumento es el de la necesaria vinculación entre texto y contexto. Las historias de vida tienen la capacidad de expresar y formular lo vivido cotidiano de las estructuras sociales, formales e informales, de ahí su aporte fundamental a la investigación social’.

La doctora Ángela Bermúdez, que trabaja en el Centro de Ética Aplicada en la Universidad de Deusto, dice que la mayoría de los libros de texto muestran historias de violencia sin dolor, que se centran en experiencias violentas pero que esta violencia rara vez es objeto de reflexión crítica. Estudió las narrativas de los libros de texto en episodios diferentes del pasado violento de varios países, trabajando con libros de texto convencionales y una o dos fuentes alternativas, desarrolladas por centros de investigación, o por ONGs. Los libros de texto mostraban un patrón de normalización de la violencia, es decir, convertían la violencia en natural o inevitable. Por ejemplo, son escasas las referencias a víctimas en los episodios de violencia (reducidas en general a contar bajas o a una mención de una pérdida demográfica), o es casi absoluto el silencio sobre las alternativas a un estallido violento, como si la oposición a esa violencia nunca existiera y no tuviera su propia narrativa de interés. No narrarlo y estudiarlo implica que no se pueden encontrar alternativas a la violencia. También es habitual ocultar la agenda detrás de la violencia y que no se analice para saber al menos si se decide por una agresión impulsiva o por una instigación sociopolítica, lo que supone que un grupo de personas ha decidido conscientemente utilizar la vida de otras para un determinado interés.

La doctora Bermúdez también ha trabajado con terroristas arrepentidos de las FARC y de ETA porque considera una buena idea escuchar a aquellos que fueron seducidos por la violencia y estudiar por qué ya no quieren verse envueltos más en ella. El cambio puede deberse a muchos factores: el paso por la cárcel, los problemas para sus familias, cambios espirituales, políticos o éticos, y lo interesante es conocer cómo estas personas han establecido su relación con la violencia, tanto en conectar con ella y justificarla como en renunciar a su uso, y cómo crece, se experimenta y se reflexiona la transformación de la legitimación de la violencia. El objetivo es desarrollar recursos educativos para una educación en la paz que anime a los estudiantes jóvenes a pensar críticamente sobre la violencia.

Determinados historiadores advierten, entre otros riesgos de los testimonios, de la posibilidad de caer en el presentismo y en la manipulación del pasado, incluso de los riesgos que conlleva estudiar el pasado reciente. Pero, ¿acaso alguien duda de lo imprescindible de las historias de vida en nuestro propio proceso de conocimiento de la Historia de la violencia? Varias generaciones de vascos hemos nacido, crecido y hemos sido educados en una situación de violencia que pasó por fases terroríficas, y en la que el miedo colectivo silenció brutalmente las historias personales, con un eje ético que hoy entendemos crucial, que era arriesgarse a la solidaridad pública con las víctimas de la violencia. Estos trabajos añaden una explicación al fenómeno de la permeación del mal, y ayudan a pensar lo sencillo que es refugiarse en mecanismos de negación de la violencia y sus efectos debido a que psicológicamente estamos alimentados por la idea de que los individuos no son el objeto verdadero de la Historia, sino sólo sus peones. Si la Historia se llena en exclusiva de reyes, líderes, ejércitos, fuerzas sociales o grandes pensadores actuando alrededor de hechos violentos, pero rara vez podemos sabér qué preocupa, cómo trabaja, piensa, vive, disfruta o se relaciona el individuo común especialmente en esos episodios terribles, ¿cómo podemos realmente entender la Historia y su objeto, si es que éste es conocer y contar la verdad de los hechos y procesos de la humanidad?