Como lector me ha emocionado mucho volver a leer y a disfrutar enormemente una novela de Hermann Hesse. Se debe a que con 18 años leí El lobo estepario, que me impactó profundamente con todo su angst existencialista. Aunque luego leí alguna obra más de Hesse (un par de libros de relatos y Siddharta) me parecieron muy menores, o así lo recuerdo, y le abandoné como lector. A esta vieja edición de 1978 de Peter Camenzind llego gracias a IberLibro y a la mención de Alex Ross en Wagnerismo (como pasaba con Alas, de Mijail Kuzmín), donde se describe la escena de aire netamente homoerótico en que Peter admira las dotes de un amigo mientras toca al piano Los maestros cantores de Nuremberg.

Peter Camenzind es el protagonista de esta novela de formación de estilo romántico, primera obra de Herman Hesse publicada en 1904 a los 27 años, revelando un enorme talento para la imagen poética y el impacto visual de sus vívidas descripciones de la naturaleza. Se trata de una novela de formación, la Bildungsroman de los alemanes del diecinueve, casi pura. La narración del proceso vital de Camenzind (que en cierto modo parece no parar nunca) se inicia desde el mismísimo origen de aire bíblico: «en un principio fue el mito». Los dones que Dios reparte en el pueblo de montaña donde nace Peter son agasajados con un lenguaje florido, musical, y profundamente lírico, cuyo arrebato continuado tiene su reflejo en el corazón y comportamiento del protagonista, y que es sin duda el mayor atractivo del libro. Consigue así un retrato de su protagonista como un ser sin mácula, nacido del milagro de la naturaleza perfecta, pero que, obligado por el carácter maltratador de su padre y tras la dolorosa muerte de su madre, emigra a estudiar a la ciudad, abandonando el lago y las montañas cuyas capacidades catárticas impulsaban su corazón.

No obstante, Camenzind no es un personaje invariable, sino que crece físicamente, y busca su encaje emocional y espiritual. El primero no lo consigue: sus enamoramientos son absurdamente platónicos (aunque su físico sea el de un Dios y su alma sea pura entrega), y, peculiarmente, mantiene a sus mujeres objeto de deseo en un estatus inalcanzable mientras reserva palabras sensuales a su amigo pianista y artista, cuya muerte -la segunda relevante en su vida- le cambia definitivamente el carácter, le hace caer en la bebida, y lo impulsa finalmente al oficio de escritor de artículos para las revistas y publicaciones alemanas, todo ello con episodios de pesimismo profundo en el que se observa un atisbo de El lobo estepario hasta ahora inexistente, que no encuentra consuelo en algunos círculos intelectuales que frecuenta, y cayendo también en episodios violentos. Obligado a errar por tierras alemanas, suizas e italianas, casi siempre innominadas, como un poeta errante sin Penélope, finalmente regresa a casa de su padre, y allí comienza a cuidar a un discapacitado. Su sacrificio y la respuesta positiva de sus cuidados parecen conseguir por fin en su alma un reposo y encuentro espirituales que la juventud y la pasión le negaron.

Peter Camenzind mantiene un irresistible tono apasionado por la literatura y la vida al que es inútil enfrentarse con las barreras de la lectura irónica postmoderna. Su expresividad penetra en cabeza y corazón irremediablemente, y la transmisión que consigue del anhelo del alma romántica es casi sublime, como una vivencia cercana muy remarcable. Y, lógicamente, el libro se enmarca en un contexto histórico que describe en cierto modo. De su tono, retrato social, y vicisitudes vitales pueden intuirse muchas circunstancias. Faltaban 23 años para El lobo estepario, pero por el medio una guerra brutal y sus derivas cambiaron irremediablemente la escritura del joven romántico por la del hombre angustiado, a pesar de, en realidad, probablemente hablar del mismo problema: la búsqueda del alma propia.

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El joven Hermann Hesse (vía)