La antigua Grecia no necesita realmente excusas para seguir siendo objeto de libros de divulgación generales, que es el caso de Los griegos antiguos, de la profesora británica Edith Hall, frente al muy específico de Tonio Hölscher sobre la tumba del nadador de Paestum que comentaba hace poco. Tumba cuyos frescos, por cierto, también son prontamente mencionados por Hall para ilustrar algunas de las características que constituyen el alma de los griegos.

Templo de Afaya en la isla de Egina

Algo de esto avanza algo el subtítulo de Los griegos antiguos: Las diez maneras en que modelaron el mundo moderno. La originalidad del libro de Hall está en su estructura: Dedica cada capítulo a un momento, más o menos esperable, de la historia de la antigua Grecia, desde los micénicos hasta el cierre del oráculo de Delfos, y lo relaciona con una de las diez características particulares que la mayoría de griegos compartieron la mayoría del tiempo. A saber:

-el carácter marino de los griegos: sirve para explicar la primera civilización griega de los micénicos, dados sus asentamientos en tan diferentes lugares de la griega continental y la isleña, y los indicios relevantes de comunicación entre esas zonas

-la desconfianza hacia la autoridad: centrado en la griega arcaica, el momento en que Homero y Hesíodo hablan del perdido/oscuro/olvidado momento anterior, creando un mito primigenio con héroes de lo cotidiano (de la navegación, de la agricultura, de la guerra, pero también del amor y la alegría) alejados del poder monárquico existente, del que Ulises sería el mayor ejemplo, sin olvidar las descripciones agrícolas y laborales de Hesíodo, pero en el que podemos extraer que la ‘experiencia humana’ adquiere notoria relevancia.

-el individualismo de los griegos: resultado de la desconfianza hacia la autoridad y de las habilidades marinas surgen la colonización del Mar Negro y de la Magna Grecia a partir de griegos que huían de monarcas absolutos y de los tiranos que por un tiempo les sustituyeron. Un espíritu de frontera que también encontraba acogida en el diseño de Ulises como héroe, pero no separable de las guerras entre ciudades, que requerían del concurso de hombres que empezaban a sentir su condición de sujetos de derecho. Qué duda cabe, esta lectura parece contraria a la del “hombre político” de Aristóteles que definía las prioridades en la vida ética como vida política (o en común, en polis)

Estadio Olímpico de los juegos de 1896

-los griegos fueron inmensamente curiosos: el nacimiento del pensamiento y filosofía sistemáticos es resultado de esta característica, conjunta a las anteriores. Hall pone el germen de la ciencia y filosofía griegas en el lugar y persona habituales: en Mileto, ciudad jonia, donde surgió Tales, a partir de la curiosidad por los cambios geográficos que la ciudad sufría. Tales, sus discípulos, y otros pensadores primigenios de la época (Heráclito especialmente), estudiaron las estructuras y cambios no visibles del mundo físico, pero también de la experiencia y actividades humanas. El conocimiento de las estrellas facilitó la navegación, y el contacto con otras culturas desarrolló la medicina basada en pruebas empíricas. De este conjunto de habilidades a la filosofía solo se necesitaba un paso. Hall apela a figuras pioneras (Heráclito de nuevo, Jenófanes, Parménides, Demócrito, Protagoras…), pero también a cambios cotidianos que fomentan la abstracción -como la aparición del dinero y del concepto de valor-. Todo está listo para Atenas.

-el carácter abierto de los griegos se ejemplifica en la gloria de Atenas y su prodigioso siglo de progreso, en el inicio de la democracia y en la aparición de las grandes escuelas filosóficas. En el capítulo lógicamente más esperable de un libro sobre los griegos antiguos, Hall da más importancia a cómo se generó este momento de progreso único y no a los avatares militares tan convulsos que acompañan la historia de la ciudad, sin desdeñar su relevancia. A la integración en la vida civil que se le da a la defensa militar de la ciudad, Hall se extiende en explicar el valor simbólico y unificador de los frecuentes festivales, que ayudaron mucho a construir una identidad de ciudad con coincidencia de todas las generaciones. Estos festivales terminaban con concursos teatrales en los que brilló la tragedia griega que ha llegado a nosotros. Tucídides, Aristófanes, Sócrates, Platón, sus detalles, aportaciones y contradicciones dentro del sistema en su tiempo también son analizados.

-el gusto de los griegos por el sentido del humor tiene como encarnación una polis inesperada: Esparta. Era otro capítulo esperado, dadas las guerras del Peloponeso, y su subrayada dicotomía histórica con Atenas, con su leyenda militar, sus autoritarias y durísimas políticas de clases y educativas, etc. Pero que se pudiera tomar el humor lacónico y cortante de los espartanos como ejemplo relevante de esta característica griega es significativo de lo que importa a Hall en su texto, que, por supuesto, explica su cultura y da las razones de la peculiaridad espartana (que no navegaba y que disponía además espacio para agricultura que otras polis).

-la competitividad de los griegos es una característica fundamental: en lo individual, en las características de sus polis, en lo cultural (esos diálogos socráticos empeñados en ‘vencer’ la sinrazón del oponente), en lo militar… Hall pasa de Esparta a Macedonia basándose en como Filipo y Alejandro conquistaron el mundo oriental que conocían gracias a la exacerbación de esta competitividad, que llegó a tener un matiz inexplicablemente ambicioso y en la que nunca se pudo definir un objetivo o un destino, dada la figura y vida de Alejandro. El capítulo obviamente añade este matiz a los griegos sin olvidar la importancia de los anteriores, desgranando a Aristóteles, sin cuyo magisterio buscado por Filipo es posible que Alejandro no hubiera llegado a Magno.

Alejandro

-los griegos admiraban la excelencia de las personas con talento, y el periodo helenístico es una representación magnífica de esto. Los herederos de los diferentes reinos en que se dividió el imperio de Alejandro pelearon por concentrar sabios, científicos, dramaturgos y filósofos que aumentaran el esplendor de sus reinos. Si alguien triunfó en este periodo entre Alejandro y Roma fueron los ptolomeicos, a raíz de Ptolomeo, general de Alejandro que se asentó en Egipto, y cuya dinastía constituye el final de la gloria faraónica egipcia. Además de la Biblioteca de Alejandría, logro incontestable que algunos autores ya criticaron porque hacía que determinados estudiosos prefirieran quedarse en ella para sus investigaciones en vez de hacer trabajo de campo, la nómina es asombrosa: Demetrio, Euclides, Teócrito, Timón, Eratóstenos, Arquímedes, Aristarco, Claudio Ptolomeo… No es que Atenas perdiera empuje intelectual, o que otros reinos helénicos no dejaran grandes obras en este período (el altar de Pérgamo, por ejemplo), pero el esplendor alejandrino, en parte importado, fue enorme.

-que los griegos sabían expresarse con detalle es algo que fue especialmente apreciado por los romanos y sus años de dominación del Mediterráneo. Grecia, sus polis, perdieron poder político de manera continuada, pero siguió rindiendo autores y pensamientos que dominaron parte de la intelectualidad imperial, más allá de que culturalmente Roma era una hija adoratriz de su madre griega. Los griegos eran conscientes de ello y su orgullo seguía intacto, y, a través de Roma, conquistaron en realidad el pensamiento occidental. Diodoro: «es sólo mediante el discurso que un hombre puede ejercer ascendente sobre muchos.”

– el último capítulo se dedica a una característica que los griegos nunca perdieron: su adicción al placer, a la alegría, al disfrute del sexo y el vino y la conversación, y la compañía. La ironía de Hall es subrayarlo cuando el cristianismo y su austeridad moral empezaron a ser la religión oficial y el pensamiento reinante en el Imperio, produciéndose un choque de éticas irresoluble. El texto final del oráculo de Delfos, cerrando su fuente de conocimiento, ejemplifica al final de una época.

Esta reseña puede parecer llevada por el entusiasmo que la propia autora tiene por los logros y formas de los griegos, y así es. Pero es reseñable que Hall no obvia los elementos oscuros del mundo griego, desde la misoginia al esclavismo, desde la militarización a la pederastia. Sucede que todo esto se desarrolla desde una crítica social y cultural posteriores, aunque no estaba exento de autores de pensamiento crítico al respecto en su momento. En cualquier caso, creo que el libro da una visión más completa de la excepcionalidad helena que la de Isaac Asimov, si bien se ve obligada al plus de originalidad de organizar el devenir histórico mediante la argucia conceptual de las «diez características» del subtítulo de la obra, que en realidad no son fácilmente separables en su totalidad de ninguno de los momentos históricos. El impresionante resumen de autores no los reduce en importancia, pues les dedica el espacio necesario, pero es cierto que en 350 páginas el conjunto de nombres, tendencias y explicaciones es intensísimo. En cualquier caso, creo que la estructura permite un hábil recordatorio del mundo antiguo griego, y la bibliografía del índice onomástico convierte en el libro en una útil puerta de entrada.

Edith Hall, en foto de Michael Beard conseguida en Anagrama