No sabe con qué alegría espero la llegada de septiembre para, de acuerdo con el ritual acordado en nuestro salón de té, comenzar con la agradabilísima lectura del segundo volumen de la opus magna. Durante estas semanas desde que terminé el primer volumen, he sufrido burlas, desazones y desencuentros, no puedo negárselo. Tuve que confesar a familiares y a algunas hasta ahora queridas compañeras de labor mi pasión por Á la Recherche…, pero no fui comprendida, y la melancolía anidó en mi ser. Contrastaba mi estado tanto con el que disfrutaba al terminar el primer volumen antes del estío… Mi estado empeoró definitivamente al leer en la prensa cinematográfica este comentario:
la mascarada carece de pretensiones, entrega lo que se espera de ella, desparrama tiroteos y persecuciones al por mayor y permite la exhibición de los músculos de amianto –ya un tanto acartonados– de sus protagonistas. Y es que, conforme pasan los años, ‘Sly’ se parece cada vez más a la vieja tía de Proust, que empezó negándose a salir de la calle donde vivía, luego de la casa, más tarde de la alcoba y finalmente de la cama.
Entenderá usted mi disgusto al ver relacionado el nombre de Marcel con el de este fornido muchacho, que, según me enteré después, no sólo calza bíceps de tricerátops, sino que ya es sesentón. Y digo yo, ¿no estaría mejor haciendo crucigramas y jugando a la petanca en su villa de Cannes? ¡Y Madame de Churchill entusiasmada con este producto de las colonias! ¡Sajones desalmados! En fin, preserve por favor a Marcel de enterarse de estos desatinos, Querida Madame, o imagino que le dará un soponcio: tanto músculo junto lo dejará turulato.
Afortunadamente, mis mejores amigas me recomendaron una estancia en un balneario de la montaña en el que me recupero satisfactoriamente. Aunque para ello el médico me ha prescrito la lectura de larguísimas novelas de Thomas Mann. Me abruma mucho tanto comerciante próspero y tanto artista apasionado, pero al menos he recuperado algo de tranquilidad. El recetario de mi médico incluye alejarme de las malas compañías, disfrutar de la naturaleza, y relacionarme con los banqueros ricos que abundan en esta región. Ay, no sé. Creo que nada me sentará mejor que la vieja Francia y el buen Marcel, y estoy deseosa de volver a Combray.
Suya,