Querida Madame Proust,


Llega una vez más le momento de pedirle disculpas tras estos meses de abandono. ¿Acaso había osado abandonar las aventuras de Marcel tras la penetrante aventura de Sodoma y Gomorra?


¡NO! ¡NUNCA! O más bien, ¡Coño, justo ahora no!


Con fuerzas renovadas a usted le vengo en este el que espero sea último año de lectura de La Recherche, deseándole buena salud  fuerza ante las veleidades casamenteras de su hijo. Recién he comenzado el quinto volumen. Y pareciera que vienen más delgaditos, con menos letras y páginas, pero ya descubro que no menos intensos. Marcel comienza brillante con una frase en su dormitorio de París que es obvio reflejo de la primera frase de la saga, y que anticipa unas decenas de páginas de pensamientos del duermevela, del que espera el primer rayo de sol, del que quiere dormitar sin ser molestado, del que tal vez prefiere observar a vivir…


Muy de mañana, mirando todavía a la pared y sin haber visto aún el matiz de la raya del día sobre las grandes cortinas de la ventana, sabía ya qué tiempo hacía. Me lo decían los primeros ruidos de la calle, según llegaran amortiguados y desviados por la humedad o vibrantes como flechas en el aire resonante y vacío de una mañana espaciosa, glacial y pura; en el paso del primer tranvía notaba yo si rodaba aterido en la lluvia o iba camino del azur.


Suya,
Madame de Borge