Cuenta Harriet Taylor, la esposa de John Stuart Mill, que en 1869 el autor decidió echarle un ojo crítico al socialismo. Pero el trabajo que emprendió al respecto quedó incompleto, y el autor solo escribió los cuatro primeros capítulos de una serie que debía ser más larga. John Stuart Mill muere en 1873. Había escrito Sobre la libertad y La dominación de la mujer (que comenté hace unas semanas; un ensayo del que hay duda de que la autoría pudiera ser de la propia Harriet Taylor, pero parece cierto que su matrimonio era bastante igualitario). Ahora bien, ¿conocía Mill la obra y escritos de Karl Marx? Es posible que sí, pero probablemente no su obra principal, El capital, que se escribe de 1869 a 1883. Una pregunta más: ¿Mill vio los hechos, y los reflexionó, de la Comuna de París, que fueron relevantes como primera revolución comunista casi triunfante? En estos Capítulos sobre el socialismo escritos por el gran liberal de la Inglaterra victoriana no existen menciones a estos textos y hechos. Para estudiar estos Capítulos, vamos a resaltar tres partes:
Diagnosis
Mill da tres razones principales para que las clases populares adopten las tesis sociales: (1) la pobreza; (2) la falsa meritocracia frente a los privilegios del nacimiento, el azar de los accidentes y las oportunidades (argumento que aunque hoy suene novedoso resulta coherente con el liberalismo clásico porque implica falta de oportunidad para todos); y (3) los insultos y desprecios que practican, además, las clases altas. Con todo esto, Mill afirma que las clases populares lógicamente piensan que se dirigen a un nuevo feudalismo, de carácter industrial, donde los grandes capitalistas son los nuevos señores feudales. Recordemos que el feudalismo es el demonio de los liberales del siglo XVIII y XIX, ya que aún no existe el Estado como lo conocemos hoy. La potencia argumental de John Stuart Mill y su capacidad de empatía al entender al diferente, en este caso al trabajador, da un texto demoledor a la hora de comprender radicalmente bien el éxito de las tesis socialistas.
Prognosis
Pero, como cabía esperar, John Stuart Mill no está de acuerdo con las recetas del socialismo contra todos estos males, sino que propone otras soluciones. ¿Por qué? (1) porque Mill confía en el sistema liberal/capitalista para crear condiciones de trabajo justas y hacer subir los salarios (y si no se crean estas condiciones justas, entonces es que el sistema no es puramente liberal, sino que existen comerciantes deshonestos); (2) porque desconfía, o tiene reparos, a la intervención estatal: a las malas leyes, a la regulación, al, en una palabra, gobierno poderoso y omnipotente; y (3) porque tiene miedo a los procesos/gobiernos revolucionarios. En su argumentación sin embargo existe una admisión implícita de la necesidad de los procesos de reforma (no es un conservador). Pero en el texto no proporciona una explicación a las agudas crisis del liberalismo, que ya habían existido y eran relevantes a nivel local, ni tampoco acaba de explicar cómo combatir la creación de oligopolios o monopolios que se producen en el sistema y que son contrarios a la libre competencia.
Así que frente a la reivindicación de las clases populares sobre los salarios que no suben porque la producción del país se divide para enriquecer a las personas que no producen, Mill replica que los beneficios no dan lugar a usura porque el comerciante honesto siempre aumentará los salarios. Y, si acaso la competencia no asegura la calidad, esto se debe de nuevo a los comerciantes inmorales. Mill confía en el control social, dado que los comerciantes caerán en desgracia con su actitud, más que en las leyes (lo cual podemos reconocer como una característica muy inglesa en otros temas no económicos) para obligar a que esto suceda. Su confianza en la honestidad de los agentes comerciantes, a los que hoy llamaríamos capitalistas, resulta total. ¿Algo ingenua? Refugiado en el mantra de que un comportamiento inmoral (entiéndase: buscar acabar con la competencia o no subir salarios cuando hay beneficios de los capitalistas) significa que ‘entonces no hay liberalismo’, es fácil que se autoconfirme en su propuesta. Pero, del mismo modo que en sus escritos sobre la libertad afirma que no puede legislarse contra la libre naturaleza humana, diría que, por ingenuidad o por interés, en este punto está desconociendo dicha naturaleza.
Dificultades
Mill realiza un análisis peculiarmente honesto considerando su opinión sobre los métodos del socialismo, y se pregunta cómo de plausibles son estas propuestas para triunfar en sus propósitos. Para ello hace una distinción relevante entre el socialismo comunitario, que se puede vivir en comunidades tipo falansterios sin romper el sistema, y socialismos revolucionarios, que implican un cambio radical del sistema de manera total.
A Mill le interesa ese socialismo comunitario, porque lo considera un ensayo factible y controlado, cree que su potencial éxito le permitiría expandirse, y que, en el fondo, no es demasiado lejano a una empresa grande bajo un control. El problema que le ve a su ejecución es el de la propiedad. Intuye que este socialismo puede tener una tendencia al autoritarismo, y que produciría disminución de la calidad por la falta del incentivo económico al trabajador. Entre lo que no intuye, sin embargo, está el hecho de que el socialismo sacara a millones de personas de la pobreza incluso extrema, o que pudiera existir una regulación laboral combinada o insertada en el sistema liberal (o, en este caso, mejor capitalista).
La solución de Mill a esta situación es, sorprendentemente (para mí), el cooperativismo, donde una propiedad privada conjunta permitiría también apuntalar la necesidad de la libertad individual. Mill dice que este socialismo comunitario podría tener un desarrollo bajo circunstancias favorables, si bien cree que para tener éxito requeriría un alto nivel de educación intelectual como moral en todos los miembros de la comunidad.
Conclusiones
Lógicamente Mill escribe sin conocer lo que vendría después de su época. Atreverse a enmendarle la plana con la historia posterior sería presentista. Leerle, además, permite concluir que si Mill tuviera capacidad de réplica, sería un oponente correoso, dada la potencia de su argumentación, su detalle exhaustivo y su análisis demostrativo de contradicciones. En realidad se genera cierta envidia de no tenerle hoy en el debate con su furibunda defensa de los derechos individuales y su sintaxis apasionada, porque (1) su acercamiento a una ideología distinta a la suya es honesto y transparente; (2) existe en el texto una apelación a conseguir justicia ante las reivindicaciones comprensibles de quienes se encuentran al margen del sistema, cuya existencia como problema reconoce, pero que no es capaz de resolver (tampoco es que eso fuera el objetivo de los Capítulos sobre el socialismo); y (3) su visión tiene un marco de progreso filosófico, resumible en la evolución desde la caridad que proponía Adam Smith, aunque sin llegar a la justicia social de John Rawls en el estado liberal. Median cien años entre cada uno de estos tres pensadores liberales.