No entiendo bien el motivo por el que Snow, esta novela de Benjamin Black, se ha traducido y publicado en castellano bajo el título Pecado. La novela, de género negro, transcurre en Irlanda en los años cincuenta, donde, en un país ultracatólico y dominado por la curia, un sacerdote es asesinado en la casa de una familia protestante a la que visitaba con frecuencia. El inspector Strafford, también de familia protestante, es el encargado de investigar el caso. Benjamin Black es un heterónimo de John Banville, y lo utiliza para publicar sus novelas de género. Parece que Banville da cierto carácter de divertimento a estas novelas, por la facilidad con que las escribe, frente al esfuerzo que le supone la ficción dramática, como en Antigua Luz, único libro que hasta la fecha he leído de él. Pecado podría ser la primera de una serie protagonizada por el inspector Strafford.
Pecado se lee muy rápidamente. Es un caso que Black deja además que se resuelva con facilidad: el autor no engaña nunca al lector, no le dosifica interesadamente la información. Black es estricto con el punto de vista del inspector como único posible de la trama, pero lo obvia dos veces, en dos capítulos clave lo suficientemente significativos para que el lector ate los cabos que a Strafford le cuestan más. Así las cosas, aunque Black construye con ritmo y la impensable autoría del horrendo crimen (al cura le castran después de muerto, pero esto se sabe desde el principio) se va desvelando, es obvio que su interés radica en la descripción de personajes y del duro entorno y circunstancias en que se desenvuelven. Por eso Nieve parece mejor título que Pecado, o eso creo: la nieve que cubre Irlanda es un estado de ánimo general, es una capa que borra las huellas, es el frío en casi todos los personajes y caracteres, es la falta de progreso y visión social de un país que no puede salir de casa ni física ni moralmente, es en definitiva una metáfora más funcional que el Pecado del título en castellano, que es una palabra moral que podría incluso malinterpretarse, puesto que ni se menciona como hecho distintivo en la trama. No hace un descubrimiento enorme que digamos Black con el invierno o la nieve (y hasta la Navidad, puesto que en esa semana sucede todo) como parábolas, pero transmite un fondo continuado de desazón y dificultades.
Al lector actual la perspectiva moderna le va a llevar fácilmente al abuso de menores como trasfondo de la novela. Está escrita en la actualidad, cuando ya conocemos los desmanes de la Iglesia en Irlanda –pero no son novedad: Las hermanas de la Magdalena, por ejemplo, se estrenó en 2002-. El determinismo de la sospecha inicial del lector que al final se cumple y el dejar detalles conscientemente sin resolver llevan a reflexionar que Black tiene un interés menor en seguir el canon, pero, por otro lado, tampoco parece tener un prurito renovador. No todo funciona, incluso varios escarceos sexuales son algo incomprensibles, pero sí el tono seco y duro. En cierto modo, veo una oportunidad perdida de poder observar cómo la sociedad de los cincuenta gestionaba psicológicamente el descubrimiento, o la confirmación, de estos hechos. Banville, probablemente, siendo un autor crítico con su obra, tiene razón cuando dice que apenas trabaja las obras que escribe Black, que salen solas. Si es así, tal vez no necesitan más pensamiento, se entiende su buena factura dado el talento del autor, pero también que no se depuren los flecos y queden al arbitrio del lector. Al menos, el ánimo queda tan dolido como el de los personajes.
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